Una vez dije que me sentía como un albaricoque. Es muy fácil arañarme y que quedan las cicatrices, pero tengo un hueso dentro. A veces me sorprende lo fuerte y lo frágil que soy al mismo tiempo. Yo, que me emociono hasta con los dibujos animados, que sufro cuando se me muere una planta; sin embargo, me siento muy capaz de continuar escribiendo todos los días de mi vida, aún sabiendo que voy a ser el centro de las críticas de muchos. Ya se sabe que, en tiempos de persecución, es precisamente cuando se recupera la Iglesia. Cuando parece que todo va bien, la moral se relaja y también las convicciones. Las dificultades sacan lo mejor y lo peor de cada uno y, en mi caso, me fortalecen, aunque en algún momento me sienta sola contra el mundo.
Ser madre también te hace más fuerte. Cargar con la responsabilidad de la salud y educación de otra persona (en mi caso tres), te obliga a olvidar las comodidades y vencer el agotamiento. Si me hubieran dicho lo que yo sería capaz de hacer, no me lo hubiera creído. De niña vivía en mi mundo de libros y era una espectadora de la vida bastante pasiva. Desde hace veinte años, me convertí en personaje principal y ya no me relajo ni cuando duermo. Creo que todo ello me ha servido de aprendizaje para no dejarme abatir por las dificultades, por las noticias adversas, los canales de televisión tendenciosos y el ambiente libertino. Mi hueso sigue en buen estado, pero no puedo dejar que sigan arañando me día tras día. Por eso, creo que tampoco voy a abrir los comentarios en septiembre. Pero siempre podéis encontrarme en el correo y seguiré comentando a los que no me digan otra cosa.