Hemos llegado a un punto en que, como la fábula de la zorra y las uvas, cuando no tenemos soluciones para un problema, optamos por decir que es insoluble. Así resulta que la muerte de Rayan era inevitable por razones estadísticas. Si yo salgo mañana y atropello a un peatón en un paso de cebra, no hay sido más que un despiste que le puede pasar a cualquiera, pero me busco la ruina. Si una enfermera se equivoca de sonda y mata a un paciente, resulta que la pobre no tiene culpa alguna. Tal vez porque se trataba de un bebé prematuro, apenas un ser humano.
Estoy cada día más horrorizada con la pérdida de valores de nuestra sociedad que se ha vuelto una progresión geométrica imparable. Los padres de Marta, pobre gente, siguen empeñados en convencernos de que su hija era una niña inocente que nunca hacía nada que ellos no supieran. La realidad habla de una menor que había salido con un joven de veinte años y pasaba mucho tiempo en su apartamento a solas. Comprendo que eso no justifica en absoluto lo que le ha pasado, pero me molesta que intenten convencernos de que ignoremos algo tan evidente.
Tantos padres andan por España queriendo creer que sus hijos son los únicos que no fuman, no beben, no tienen relaciones sexuales... La estrategia del avestruz, meter la cabeza debajo del ala, no nos va a proteger del peligro. La única manera de evitar los problemas es preocuparse y encararlos día a día, aunque eso me dé fama de agorera, de exagerada o de triste. Madurar consiste en asumir la realidad, y también en hacerse cargo de tus errores, con todas las consecuencias. Otra cosa es vivir en un cuento de hadas.
Me niego a creer que todo lo que ocurre en el mundo son casualidades, que nadie tiene la culpa de nada. Por supuesto, siempre hay una causa, unos acontecimientos que desencadenan otros, y unas consecuencias que se derivan de ellos. No vivimos en una isla. Me temo que si lográramos que los padres conozcan cuándo su hija va a abortar, tampoco serviría de mucho. Es posible que le animaran a hacerlo, con tal de no tener que afrontar el problema, dar la cara ante los demás o reconocer que ellos también se han equivocado.