Sospecho que mi hijo no tiene ninguna intención de casarse o tener niños. Claro está, que todavía no ha cumplido los dieciocho, pero la mentalidad social está haciendo mella en él a pesar de mi influencia. El hombre es cazador por naturaleza, pero con el tiempo acaba volviéndose sedentario, si encuentra alguien adecuado. Sin embargo, hoy en día vivimos en un coto de caza donde las piezas se entregan voluntariamente a tus pies sin tener que hacer el menor esfuerzo. Siendo así, no tiene ningún sentido pensar en compromisos o sacrificios por la familia.
Para los pocos que se deciden, el camino incluye reparto de las tareas de la casa y cuidado de los hijos al cincuenta por ciento. Aún así, los hombres siempre serán presuntos culpables de maltrato, mientras no se demuestre lo contrario. Es duro ser marido y padre en estos tiempos. Por eso la mayoría ya no lo intentan y, los que lo hacen, se rinden ante la primera contrariedad. Los que sobreviven a las presiones y continúan su relación tienen un mérito enorme. Les toca seguir siendo trabajadores, responsables y firmes; pero, al mismo tiempo, tienen que ser cariñosos y sensibles. Les corresponde mantener a su familia, pero no tienen voz ni voto frente al embarazo, y pierden la custodia en caso de separación.
Si a lo largo de la historia, los varones se han tenido que buscar la vida para dar de comer a su mujer e hijos, trabajando en lo que hiciera falta; al menos tenían la contrapartida de mandar en sus casas. Ahora, además, tienen que aprender a cocinar, limpiar, planchar..., pero no pintan nada. No digo que no sea positivo que se involucren más en esas tareas, pero, me pongo en el lugar de mi hijo y comprendo que, pudiendo tenerlo todo igual a cambio de nada, ¿quién se lo pensaría dos veces?. Tendría que ser un poco tonto para estar dispuesto a arriesgarse en una aventura tan poco ventajosa. Aún así, espero que algún día lo haga.