Llevo tres años y tres meses escribiendo blogs. En todo este tiempo, cuando tenía comentarios, he discutido amigablemente sobre cientos de temas. He admitido diferencias de opinión sobre política, sexualidad, religión o economía. Pero siempre dentro del respeto. Nadie podrá decir que utilizo lenguaje malsonante o que me ensaño con alguien. Sin embargo, había desde el principio unos límites de aquello que no estoy dispuesta a admitir y tienen que ver exclusivamente con la defensa de la vida en el sentido más amplio de la palabra. Es decir, no admito: el aborto, ni la eutanasia; el terrorismo, ni a aquellos que lo justifican; ni el maltrato animal, especialmente la tauromaquia. Sobre esos temas nunca voy a cambiar de opinión.
Intento buscar un lado positivo a cada problema y justificar incluso a las personas que me condenan sin conocerme. Eso es lo que nos enseñan en la Iglesia. Lo importante no es ser perfecto, sino intentar ser mejor cada día. De este modo, incluso encuentro cosas buenas en el comunismo, a pesar de que me parece unos de los peores inventos de la humanidad. También miro con simpatía a los musulmanes y otras culturas. Y el resto de los seres vivos que habitan la tierra también me importan realmente. Sin embargo, cuando se trata del derecho a la vida y a la existencia digna, tanto de personas como animales, no tengo tolerancia alguna. Porque no existe un término medio entre la vida y la muerte. No se puede matar un poco o torturar ligeramente. Nada justifica la agresión contra otro ser, ya sea física o psicológica.