En este mundo más o menos privilegiado donde nos ha tocado vivir, es fácil perder el contacto con la realidad. La gente se cree cualquier cosa, como que tener un coche ecológico te hace inmune a los accidentes de tráfico, o que el bífidus evita las enfermedades. No se imaginan que los publicistas nos engañan. Según la teoría de la bondad natural del hombre, se supone que, al ser libres, optaremos siempre por la opción correcta, la que sea más positiva para la sociedad. Eso es una tontería. Está demostrado que, cuanto más despreocupada vive una persona, más egoísta se vuelve generalmente. Hace falta sufrir para entender el sufrimiento ajeno. Además, una cosa es el individuo y otra la masa.
Por ejemplo, la infidelidad hasta hace poco era algo mal visto. Antes la gente era más fiel que ahora por sus principios y también por miedo; al pecado y las penas del infierno, o a recibir una paliza por parte del cónyuge o familiares. Ahora que estamos más protegidos por la ley, la simple moción de responsabilidad, autocontrol o respeto, no es suficiente para frenar a muchos de seguir sus instintos primarios. La verdad es que las personas podemos ser lo mejor o lo peor dependiendo de las circunstancias y no se puede poner la mano en el fuego por nadie. Todos somos capaces de cualquier cosa teniendo un motivo lo bastante fuerte: poder, dinero, amor, celos.... Por eso las ideologías que se basan en la buena voluntad de la gente son muy bonitas, pero irrealizables, y acaban degenerando en aquello que pretendían evitar.
En España somos especialistas en confiar excesivamente en las bondades del prójimo, con un espíritu quijotesco que a la larga tiene unas consecuencias nefastas. Lo cierto es que la gente es muy respetuosa con la ley siempre que haya un guardia delante. Cuando se dejan las normas laxas, cada cual hace lo que le parece. La mayor parte de las separaciones se deben a la infidelidad, porque una cosa es hablar en teoría y otra sufrirlo. Sin embargo, el cristianismo es la excepción a esta regla, porque es idealista y realista al mismo tiempo. Partiendo de la base de que todos somos pecadores, acepta a las personas con sus virtudes y defectos, siempre que tengan voluntad de mejorar; pero reconociendo que nadie es perfecto.
Música: Estopa. Me falta el aliento