El otro día alguien me dijo que me gusta provocar, que utilizo la provocación para atraer gente al blog. Supongo que tiene razón. Yo misma me doy cuenta de que, cuando me dejo llevar por la introspección y abandono los temas polémicos, entra mucha menos gente. Y la verdad es que un escritor no es nadie sin lectores. Aunque a mí personalmente me vaya mucho más la tranquilidad, tengo que seguir echando leña al fuego si quiero que la gente me siga. Pero eso no significa que sólo toque esos temas para atraer al público.
Si únicamente me importara el número de visitas, sé la manera más fácil de incrementarlo: meter palabras obscenas en todos los posts. También podría daros la dirección de mi blog de política, que sólo conocen una veintena de personas. Más fácil todavía sería volver a abrir los comentarios. Pero yo no quiero que entren cientos de personas a quienes no les interesa de lo que hablo, o que sólamente tienen ganas de discutir. Buscar ese término medio es una tarea complicada. Tengo que librar una lucha entre mi lado apocado y el exhibicionista.
Sin embargo, hay días en que no entra casi nadie, otros en que te llevas la sorpresa de que rebosa visitas. En cuanto llega el buen tiempo, ya se sabe que la gente se va a tomar el aire, como es natural. Se notan mucho los puentes como éste, las vacaciones. Pero otras veces realmente no sabes lo que ha fallado. A una hora no hay nadie, y de pronto llega todo el mundo. Es imprevisible. Supongo que el problema es mío: que le doy demasiadas vueltas. Realmente es una lástima que haya que andar pinchando a la gente para que te lean, pero así es como funciona la cosa, me temo. Así que, bienvenidos.