Estoy contra la tauromaquia, como los que se van a manifestar este fin de semana en Madrid, aunque he leído de todo sobre ellos. La vida es la vida, sin distinciones ni de lugar de origen, ni de tamaño, ni de especie. Por eso no existen argumentos que puedan justificar el tiro en la nuca, el aborto o la "fiesta de los toros". Ya sé que comemos carne porque nuestro cuerpo necesita proteínas animales para estar sano. Pero, una cosa es matar a las vacas por procedimientos casi indoloros (descarga eléctrica), y otra muy distinta torturar a un animal y finalmente rematarlo, para disfrute de cientos de personas.
El espectáculo del peligro y la muerte ha atraído desde siempre a la humanidad. Desde los circos romanos, pasando por la ejecución en plaza pública, hasta nuestros días. Sin embargo, otros países han sabido substraerse a esa clase de rituales, sustituyéndolos por otros espectáculos de masas más inofensivos, como el futbol. En el fondo se trata de lo mismo: vivir al límite en la piel de otro. Pero la tortura no debería ser nunca admisible, ni con la excusa de la tradición, un supuesto arte o el valor del torero. Si quiere jugarse la vida, podría irse de misionero a África y así al menos hace algo bueno.
Pero un torero es alguien que gana grandes cantidades de dinero y ello provoca que sea admitido en la alta sociedad, a pesar de su falta de preparación. Pasa a ser un modelo y ejemplo a imitar; admirado por bellas mujeres y, casi siempre, acaba casándose con alguien de buena posición. Todo ello contribuye más que nada a que su influencia sea mayor; y, con ella, los inmensos intereses económicos que, al fin y al cabo, son lo único que justifica la pervivencia de un espectáculo que nadie más en el mundo puede comprender o aceptar. Nada más en la historia puede hacer que me avergüence de ser española como la llamada "Fiesta Nacional".