He leído últimamente muchas afirmaciones sobre lo innecesario que resulta casarse. Existe el clásico argumento desde hace décadas de que no necesitamos firmar un papel para demostrar que nos queremos. Sin embargo, estamos todos los días firmando contratos para el adsl, el teléfono móvil... contratos de permanencia además, que luego resulta bastante difícil rescindir. Cuando no existía el divorcio, se podía entender que la gente no quisiera casarse, porque las separaciones legales sí que eran engorrosas y complicadas. Todo ello permitía que en un porcentaje alto de los casos, los cónyuges acabaran solucionando sus diferencias y permanecieran juntos. El divorcio express ha tenido exactamente el efecto contrario: que no se produzcan apenas reconciliaciones.
Casarse no supone sólamente un trámite administrativo que facilita la clasificación de la población por familias. Casarse es decirle al mundo que deseas permanecer con esa persona para siempre. Sobretodo implica una idea de lealtad y fidelidad, por encima de las circunstancias y tentaciones que se encuentran siempre en el camino. El matrimonio es un refuerzo de la sociedad para la voluntad de seguir juntos. Ante todo, ¿qué tiene de malo?. Dicen los estudios que las personas casadas incluso gozan de mejor salud, probablemente porque viven relajados pensando que su situación personal no peligra. Existe infidelidad en los matrimonios pero siempre es mucho menor que entre otras parejas. El matrimonio también favorece la economía, porque compartir los gastos en régimen de gananciales, que es lo normal, resulta muy ventajoso.
Antes había muchas parejas que no se casaban por razones puramente ideológicas. ¿Por qué no se quieren casar ahora los jóvenes? Por miedo al compromiso. Porque no se sienten capaces de convivir con la misma persona durante años, aceptando sus días buenos y los malos, evolucionando con ella cuando la vida les vaya cambiando, responsabilizándose de una casa y unos hijos, e ignorando a cualquier otro compañero que pudiera atraerles en un momento dado. Es decir, volvemos a lo mismo: alergia al sacrificio. Pero, como he dicho ya muchas veces, quien no arriesga no gana, quien no sufre no disfruta, quien no se compromete no consigue estabilidad.
Música: Let's dance. David Bowie