Para alguien como yo que ha visto nacer la democracia, resulta triste comprobar que no puedo relacionarme libremente en internet, porque algunos consideran que mi opinión no es válida. Yo pensaba que libertad quería decir que todos podían opinar siempre que no perjudicaran a nadie, pero parece ser que algunos tienen todos los derechos y otros no tenemos ninguno; empezando por el Papa de quien se espera que siempre ponga la otra mejilla. Muchas veces me han preguntado de dónde saco mi información. Es difícil contestar porque viene de todas partes. Soy como una esponja que me empapo de experiencias propias y ajenas, periódicos y televisión. Cuando llego a una conclusión es porque llevo años pensando en ese tema y recopilando información en mi mente. ¿Cuál es mi secreto? que juego con ventaja.
Tendría unos dieciseis años cuando me hicieron unas pruebas de inteligencia en el colegio. En el área de cálculo tenía unos resultados desastrosos, así que me dio vergüenza y tiré el informe sin más. No fue sino muchos años después, con mis hijos, cuando descubrí que coeficientes intelectuales por encima de 130 implican que eres superdotado. Sin embargo, hay personas que destacan en todas las áreas y así es más llamativo y más llevadero. Yo sólo destacaba en comprensión oral y escrita (me salía de la gráfica), y siempre me sentí como un patito feo. No comprendía por qué era capaz de ver más allá de las apariencias. Siempre fui demasiado madura para mi edad. No me importaban lo más mínimo los intereses de los adolescentes y, sin embargo, me pasaba las horas meditando sobre temas trascendentales.
Realmente, hasta los cuarenta años, mis habilidades sólo me habían servido para aprender idiomas con mucha facilidad. Nunca he querido que se supiera, y sólo lo digo aquí amparada por el anonimato. Solamente para defender que mis opiniones no me las ha dictado nadie, ni las he sacado de la nada. Son el resultado de mis capacidades y de mucho esfuerzo para analizar, sincretizar, descartar lo superfluo y estudiar todas las posibilidades.