Amo la naturaleza más de lo normal, todos los seres vivos, desde las plantas y los insectos a los grandes mamíferos. Sin embargo, no creo que haya que supeditar al hombre a la conservación del medioambiente. Tampoco creo que valga todo a la hora de justificar posibles avances científicos. Mi hija tiene una profesora de matemáticas que estudió biología. Como destacaba mucho, se especializó en genética, supongo que con alguna beca. Al cabo de un tiempo, descubrió que su trabajo le exigía experimentar con embriones, y lo dejó. Renunció a un futuro brillante, un gran sueldo y todo el prestigio correspondiente, para irse a dar clase a unos adolescentes. A su lado, mi decisión de no comentar más es una auténtica tontería.
Hay quien piensa que para preservar la naturaleza hay que reducir la población mundial. Pero no es que quieran suicidarse ellos. Se refieren a eliminar a los ancianos, enfermos, y evitar que nazcan tantos niños. Eso ya está inventado: se llamaba nazismo, y también lo han practicado en el comunismo. La naturaleza y el hombre se han mantenido en equilibrio durante milenios gracias a que tiene una capacidad de recuperación impresionante. Si ha sobrevivido a las glaciaciones y calentamientos sucesivos, también saldrá de ésta. No se puede exigir, por ejemplo, a algunos países que renuncien a producir electricidad para los hogares, porque estropea su medio natural; mientras otros derrochamos continuamente. Hay mucha hipocresía en este tema y mucho egoísmo.
Está claro que teniendo pocos hijos o ninguno, en occidente se gana en nivel de vida, pero a costa de hipotecar el futuro de todos. Otros países no pueden permitirse ese riesgo. Los niños son la única garantía de futuro de algunas culturas. Eso no significa que no piense que todos los seres vivos son valiosos en sí mismos; pero, también creo que todos los seres humanos tienen derecho a una vida digna. Una cosa no debería ser incompatible con la otra. El hombre no debe jugar a ser Dios con consecuencias imprevisibles sobre el planeta; pero tampoco debemos convertir a la naturaleza en un dios a quien adorar por encima de todo y de todos.