Titula José María Marco Homófobos en libertad
su artículo de réplica a uno mío. El título suena algo amenazador,
supongo que sin intención. ¿Habría que privar de la libertad a quienes
odian a los homosexuales? ¿Habría que cerrar Intereconomía por
homófoba, como pide el sindicato homosexual? Me temo que el odio es
libre y opinable, mientras no dé lugar a conductas delictivas, y no
puede convertirse el mismo en un delito. La sociedad está llena de esas
fobias, a la Iglesia, a España, al liberalismo, a la democracia, a la
familia, a "los yanquis", a Israel, a tantas otras. ¿Por qué habría que
castigar unas expresiones de odio y otras no? Espero que mi
contradictor, cuyos escritos me parecen por lo común admirables, no vaya
por esa senda.
El término homofobia significa literalmente odio o aversión a lo igual,
pero los movimientos homosexualistas lo han convertido en odio a los
homosexuales y la RAE lo ha aceptado con corrección política. Pero la
RAE debiera haber añadido a la definición: "según los movimientos
homosexualistas". Incluso podría haber señalado que el término busca
amedrentar y prohibir la expresión de quienes son definidos como
homófobos por dichos movimientos.
A mi juicio, la homosexualidad es una desgracia y explicaré por qué, ya
que Marco insiste. La sexualidad normal se establece entre hombres y
mujeres, tiende a la reproducción y, quizá por ello, a una unión
estable, se cumpla luego o no. Hay, claro, otras formas de sexualidad,
entre ellas la homo, pero defectuosas a mi entender. En ellas el acto
sexual se convierte fundamentalmente en una diversión y un placer
particular, sin importar de modo especial con quién o con qué, ni
implicar otros sentimientos que los derivados directamente de ese placer
o diversión (por supuesto, hay parejas homosexuales muy estables y
afectuosas, pero ello es bastante raro y difícil, por la propia
naturaleza de la relación, el "amor estéril"). Y esta es una ideología
típicamente homosexual, también feminista, impuesta desde los medios de
comunicación, el poder político, la enseñanza, el cine... con efectos
sociales bien visibles.
La homosexualidad, en relación con la sexualidad normal, es una
desgracia, como la cojera, la escasa inteligencia, la miopía etc. etc.
Desgracias mayores o menores, nadie deja de padecer una o muchas, pero,
por suerte, no son determinantes, salvo casos extremos. La vida humana
se define, en gran medida, por el modo como se afrontan y superan las
desgracias. Unos homosexuales superan la suya muy bien, y otros no. Para
comprobar lo último basta ver la mala carnavalada del "orgullo gay",
tanto en el espectáculo innoble que dan de sí como en la pretensión de
hacer de su defecto una virtud, un motivo de orgullo. Es el mundo de lo
grotesco, pero que, además, intenta convertirse en norma social. En fin,
una cosa es la homosexualidad y otra el homosexualismo.
Pregunta Marco si en mi trato con homosexuales "obvio cualquier
referencia a esta parte fundamental, afectiva y amorosa" de esos amigos o
conocidos. Por supuesto, la obvio. Su sexualidad es asunto suyo y no me
interesa más allá del dato general. Por lo mismo, suelo ser muy
pudoroso con respecto a mi propia vida afectiva, y me desagradan las
personas que exhiben la suya más de la cuenta. Aunque admito que ello es
más bien cuestión de carácter.
También, según Marco, resulta "condenable moralmente y sin remisión
quien niega a alguien su condición de individuo por una condición
general, en este caso una condición sexual de la que no es responsable".
En la última frase, así como en su exigencia de comprensión, revela
Marco que él también considera la homosexualidad una desgracia; lo mismo
con su ironía sobre "los agraciados y dichosos heterosexuales", que,
como todos sabemos, no son en principio más dichosos ni agraciados que
los homosexuales. Todo el mundo tiene sus problemas, y no hace falta
ironizar. Por mi parte, no niego a nadie tal condición de individuo por
esto o por lo otro. Siento aversión por los manejos de las mafias rosas,
por su victimismo enfermizo y exagerado, como si sus problemas fueran
los más dignos de ser tomados en consideración y, peor aún, por su
utilización de ese victimismo como pretexto para imponer a la sociedad
su particular y en mi opinión disolvente y liberticida ideología. No por
ello dejo de considerarlos personas, de otro modo no me molestaría en
decir lo que pienso sobre ellos.
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