Religión
Más mártires que en tiempo de Jesús
- Francisco denunció la persecución de los cristianos en el mundo y anima a los jóvenes: «¡Id contra corriente!»
Ciudad del Vaticano- En la víspera de la
festividad de San Juan Bautista, el Papa Francisco aprovechó su
alocución previa al tradicional rezo dominical del Ángelus desde la
ventana del apartamento papal del Palacio Apostólico para hablar de la
importancia de los mártires. Destacó que San Juan Bautista «murió por la
causa de la verdad» y explicó ante los 80.000 peregrinos congregados en
la plaza de San Pedro lo que significa «perder la vida por Jesús».
«Esto puede producirse en dos modos: explícitamente profesando la fe o
implícitamente defendiendo la verdad», dijo.
Los mártires son el «máximo ejemplo de perder la vida por Cristo». En los dos mil años de historia de la Iglesia pueden encontrarse numerosos ejemplos de estos hombres y mujeres que «han sacrificado su vida para permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio». No se trata de algo del pasado, pues hoy, en tantos lugares del mundo, hay «muchos» mártires, «más que en los primeros siglos». Son personas, como ocurre por ejemplo en Nigeria o Pakistán, entre otros países, que sufren secuestros y asesinatos «por el sólo hecho de ser cristianos». «Esta es nuestra Iglesia. ¡Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos!», subrayó el obispo de Roma.
Además de este sacrificio integral por Jesucristo, el Papa también habló del «martirio cotidiano», que sin suponer la muerte significa igualmente «una pérdida de la vida» por Cristo a través del sacrificio. «Pensemos en cuántos padres y madres cada día ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la familia». A continuación se acordó de los «sacerdotes, frailes y monjas» que llevan a cabo «con generosidad» su servicio por el Reino de Dios.
Siempre tan atento a los jóvenes, acabó el Papa citando a los muchachos que «renuncian a sus propios intereses» para dedicarse a «los niños, a los minusválidos, a los ancianos...». Todas estas personas son «mártires de la cotidianidad». Esta reflexión partió del versículo del Evangelio de Lucas que dice: «Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». Aunque no lo citó el Papa, el siguiente versículo, en forma de pregunta, es muy sugerente también: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
El tren de los niños, con parada papal
Un día después de sorprender a la Curia romana al no acudir al concierto programado el pasado sábado en su honor con motivo del Año de la Fe, Francisco se dio un baño de cariño al recibir a los 300 niños y jóvenes que participaron en una iniciativa organizada por el Pontificio Consejo de la Cultura. El proyecto, llamado «El tren de los niños», consistía en un viaje con salida en Milán, paradas en Bolonia y Florencia y llegada a la estación ferroviaria del Vaticano. Los pequeños, la mayoría provenientes de familias con problemas, charlaron y bromearon con el Papa, quien fue a recibirles a la estación.
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Los mártires son el «máximo ejemplo de perder la vida por Cristo». En los dos mil años de historia de la Iglesia pueden encontrarse numerosos ejemplos de estos hombres y mujeres que «han sacrificado su vida para permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio». No se trata de algo del pasado, pues hoy, en tantos lugares del mundo, hay «muchos» mártires, «más que en los primeros siglos». Son personas, como ocurre por ejemplo en Nigeria o Pakistán, entre otros países, que sufren secuestros y asesinatos «por el sólo hecho de ser cristianos». «Esta es nuestra Iglesia. ¡Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos!», subrayó el obispo de Roma.
Además de este sacrificio integral por Jesucristo, el Papa también habló del «martirio cotidiano», que sin suponer la muerte significa igualmente «una pérdida de la vida» por Cristo a través del sacrificio. «Pensemos en cuántos padres y madres cada día ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la familia». A continuación se acordó de los «sacerdotes, frailes y monjas» que llevan a cabo «con generosidad» su servicio por el Reino de Dios.
Siempre tan atento a los jóvenes, acabó el Papa citando a los muchachos que «renuncian a sus propios intereses» para dedicarse a «los niños, a los minusválidos, a los ancianos...». Todas estas personas son «mártires de la cotidianidad». Esta reflexión partió del versículo del Evangelio de Lucas que dice: «Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». Aunque no lo citó el Papa, el siguiente versículo, en forma de pregunta, es muy sugerente también: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
El empuje y la pasión de
aquellos que acaban convertidos en mártires les lleva a vivir a
contracorriente, una actitud que para Francisco es digna de admiración.
«¡Cuántos hombre rectos prefieren caminar a contracorriente para no
renegar de la voz de la conciencia, de la voz de la verdad!». Pidió a
todos los católicos, y en especial a los jóvenes, que «no tengan miedo».
No hay que tener empacho en oponerse cuando «nos quieren robar la
esperanza, cuando nos proponen valores podridos, valores que, como la
comida que se ha echado a perder, nos hacen mal». Los jóvenes católicos
están llamados a «ir a contracorriente» de la cultura dominante y a
«estar orgullosos de ellos», subrayó. Para ello cuentan con el ejemplo
de San Juan Bautista y con la protección de la Virgen, quien «perdió su
vida por Jesucristo hasta la Cruz». «Que María nos ayude a hacer cada
vez más nuestra la lógica del Evangelio», concluyó el Papa.
Un día después de sorprender a la Curia romana al no acudir al concierto programado el pasado sábado en su honor con motivo del Año de la Fe, Francisco se dio un baño de cariño al recibir a los 300 niños y jóvenes que participaron en una iniciativa organizada por el Pontificio Consejo de la Cultura. El proyecto, llamado «El tren de los niños», consistía en un viaje con salida en Milán, paradas en Bolonia y Florencia y llegada a la estación ferroviaria del Vaticano. Los pequeños, la mayoría provenientes de familias con problemas, charlaron y bromearon con el Papa, quien fue a recibirles a la estación.
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