La azafata británica Nadia Eweida no salía de su asombro cuando sus
jefes en British Airways le exigieron en 2006 que se quitase una pequeña
cruz del cuello. Ella replicó que ni a los empleados sijs ni a los
musulmanes se les pedía nada semejante (prescindir del turbante o del
pañuelo), pero la compañía la amenazó con el despido. La asociación
laicista Nacional Secular Society aseguró que Nadia pretendía hacer
proselitismo. Ante el escándalo en Gran Bretaña, BA pretendió llegar a
un acuerdo con Eweida, pero la británica había nacido en 1951 en Egipto y
sabía que allí, año tras año, los cristianos mueren por cosas como
llevar una cruz. Así que esta creyente pentecostal litigó y llegó hasta
el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, que este año le dio la
razón. «No puedo comparar mi caso con el de los cristianos coptos,
porque algunos han perdido sus vidas, pero es verdad que aquí tenemos
que ser más valientes», ha dicho esta semana en España, donde ha
recibido el Premio a la Defensa de la Libertad Religiosa que concede
Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN). No podemos pensar que lo de Naida
Eweida no nos afecta. A nadie molestan los cristianos si rezan en casa o
acuden a misa. Lo que fastidia es que tomemos postura en asuntos
comunes o la presencia de las tradiciones cristianas en el espacio
público, sea el belén o un colgante con la crucecita.
La pretensión de
erradicar el pasado está llevando a absurdos como privar a los niños de
la explicación religiosa de la Historia del Arte. El resultado es que
los alumnos confunden la Sagrada Familia del Pajarito con los Simpsons.
Nuestra memoria cultural es tan cristiana que evitarla obliga a
prescindir de la cultura más elemental. Cuando la mayoría de los padres
piden enseñanza de religión en la escuela no hacen sino elegir una
orientación de la persona hacia el amor que consideran buena para la
convivencia de todos y que ha contribuido decisivamente a crear Europa y
Occidente. Que cierta izquierda persevere en el anticlericalismo, aquí o
en Gran Bretaña, es un signo de radicalidad ideológica que nos priva de
cosas tan elementales como fundamentar de forma inteligente el respeto a
la naturaleza (que no se sostiene en una mentalidad relativista o
puramente economicista). Sencillamente: hay cosas que son sagradas.
Benedicto XVI lo explicó en el Parlamento alemán para entusiasmo de los
Verdes. Al final, la batalla de Nadia Eweida no es sólo la de la
libertad, sino la de la racionalidad.
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