(...) Debe quedar claro que la afectividad NO es asunto privado: roza, toca y transforma todo en la sociedad.
Ahí
no paran las cosas. ¿Cuál es el argumento para permitir o incluso
apoyar las expresiones afectivas homosexuales? Que se trata de personas
adultas, en principio dueñas de sí mismas, que desean eso. ¿Y qué pasa
si no son DOS personas que desean eso, sino por ejemplo, TRES? El
mismo principio "moral" que permite que dos adultos se traten como se
quieran tratar afectivamente, sin que importe su género, debe permitir
que el número no importe. ¿Qué hay de malo en que cinco o diez
adultos de reúnan a disfrutar de sus cuerpos, si nadie violenta a nadie?
¿Y qué hay de malo, si se aman y tratan con respeto, en que se
compartan las mujeres o los hombres? ¿Por qué no tener matrimonios de
tres o más? ¿Por qué no oficializar el "swinging" o cauqluier cosa que
se ocurra a la mente de "personas adultas, en principio dueñas de sí
mismas, que desean eso"? Ya hay intentos legales en Brasily en Canadá,
en esa dirección. Ya uno ve cuál es el siguiente paso. Nos dirán algo
como esto: "Sólo una mentalidad traumatizada con la sexualidad puede
oponerse a que la gente sencillamente se ame y obre en consecuencia con
su sentir y amar." El paso que sigue a ese es este: "¿Y por qué no
pueden los niños conocer y explorar también su sexualidad? Son ridículas
las leyes que ponen límites a las expresiones de afecto entre adultos y
niños." Es decir: legalización de la pederastia, la efebofilia, y todo
tipo de comportamientos, muy para el deleite de las miles de industrian
que se lucran con las adicciones sexuales. Ya hay intentos legales en
Holanda, en esa dirección.
Quiero subrayar algo: si uno llega a
admitir que la razón suficiente para que dos adultos se expresen afecto
es que ambos así lo quieren, cosa que es el argumento para permitir que
los homosexuales se traten efectivamente como parejas, lo demás que he descrito hasta ahora se sigue forzosamente, con la lógica implacable de una demostración geométrica. Por favor, que nadie se engañe en este tema.
Y entonces, como el origen de la tendencia homosexual no es lo más relevante, ¿qué debe hacer la persona que siente la tendencia homosexual, sea por educación, circunstancias de infancia, o por factores que parecen casi genéticos o de nacimiento?
Debe
hacer lo mismo que cada uno de nosotros debe hacer con las propias
tendencias cuando no coinciden con el bien objetivo de la sociedad, de
la Iglesia y finalmente de uno mismo: educarse en evitar lo que debe ser
evitado para bien de todos. El hecho de que otros daños, causados por
otras opciones y comportamientos, sea más inmediatamente visible, o que
sea visible muy pronto en la persona que cae en él, no demuestra nada. Los legisladores sobre todo tienen el deber de preservar el bien mayor de la sociedad
y eso requiere que todos, sea cual sea nuestra tendencia sexual,
política o anímica, nos eduquemos y sepamos abstenernos de muchas cosas.
¿No
hay acaso personas que desde su más temprana infancia tienen tendencias
depresivas, sadísticas o mitómanas? Por supuesto, muchos se disgustarán
de que yo haga esta comparación pero es que hablo desde el bien mayor de la sociedad,
y hablo desde las consecuencias que siguen a partir del nefasto
principio de que: "Lo que quieran los adultos no coaccionados es
respetable ante la ley." Ese principio, aunque parezca deleitable al que
se vale de él, implica la ruina progresiva de la familia y la sociedad,
y por eso debe ser cuestionado, rebatido y rechazado.
Dos últimas anotaciones:
(1)
Para las personas con tendencia homosexual, cualquiera sea su origen,
lo mismo que para los demás seres humanos, es más sencillo y factible
superar las tendencias objetivamente desordenadas cuanto mayor sea su
apego a los bienes que van más allá de esta tierra y de los deleites
puramente corporales o mundanos. Una vida espiritual robusta, no como
consuelo magro sino como verdadera fuerza que mira con gozo y esperanza
a la santidad, es de inmensa ayuda.
(2) Nada impide que las
personas que tienen esta clase de tendencias cultiven con especial
ahínco el don de la amistad tanto con hombres como con mujeres. De hecho
el don de encontrar amigos que comparten nuestros valores más firmes
es uno de los más valiosos recursos para superar las limitaciones que
todos tenemos.
- Fr. Nelson Medina, O.P.
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