Nosotros, los monstruos
“Sostengo que cuanto más indefensa es una criatura, más derechos tiene a ser protegida por el hombre contra la crueldad del hombre”
Mahatma Gandhi
Abogado, pensador y político hindú
He de confesar que jamás imaginé que en el siglo XXI, habría de llegar a escribir sobre un tema tan inconcebible en el contexto de la cultura occidental, como es el que, basado en el concepto que hoy impera del mal llamado progresismo, hoy se nos presenta.
No sé muy bien si es que estamos asistiendo al final de una época o la historia de la Humanidad ha sido y al menos sigue siendo, el continuo tejer y destejer de Penélope, la mujer Ulises, de ese sudario solo terminado en el punto final de la existencia.
No sé muy bien si toda esa parafernalia de Declaraciones Universales, entre las que se encuentran la de los Derechos Humanos, Derechos y Deberes del Hombre, Derechos de los pueblos o Derechos del niño —esta última data de 1924— entre otras de carácter universal no menos pomposas, son solo embaucadores decorados de ficción sin el menor valor, colgados teatralmente de las aparatosas fachadas de los grandes organismos internacionales, para esconder las cloacas por donde, a su antojo, operan a sus anchas las ratas de la humanidad.
No sé muy bien si estamos retrocediendo —a lo peor nunca las abandonamos— a las pretéritas épocas en las que, para aplacar la ira de los dioses, se les ofrecían cruentos sacrificios humanos de seres indefensos e inocentes.
Eso sí; ahora lo hacemos utilizando formas tan sofisticadas como la de pervertir el lenguaje con eufemismos que solo pretenden encubrir la verdadera naturaleza del hecho en cuestión y sedar nuestras conciencias, para intentar justificar lo injustificable en aras, ya no de los dioses, sino de ideologías que pretenden implantar el dominio total y arbitrario de un ser humano sobre otro, hasta el extremo de la total disposición de su vida.
Entre esas pomposas declaraciones a las que anteriormente me refería, nos encontramos con el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, que cada se conmemora el 2 de diciembre.
La prohibición de la esclavitud está recogida en los tratados internacionales. Sin embargo, si se define como esclavos a aquellas personas que están sujetas a los designios de otras, sin opción a réplica, discrepancia, decisión o protesta, la evidencia real, nos hace dudar de que haya un solo país en el mundo, en el que la práctica de la esclavitud, en su amplio abanico de formas y envoltorios, sigue absolutamente vigente.
Si cualquier forma de esclavitud es un crimen de Lesa Humanidad, hoy quiero referirme a la más perversa, infame y cruel de cuantas se practican.
Conocido es el brutal ataque que ha sufrido el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, por parte de los sectores más reaccionarios de la izquierda española, a causa de la defensa que hizo en el parlamento, del derecho a la vida, es decir y para entendernos, por la sustitución de la Ley del aborto promulgada por los socialistas en 2010, lo que significa ni más ni menos que modificar el rumbo de la concepción que de la vida tiene el socialismo, sustituyendo la cultura de la muerte, aborto y eutanasia, por el derecho a vivir.
La vida, no es ni buena, ni mala; ni tuerta, ni derecha; ni feliz, ni infeliz. La vida es única, inigualable e irrepetible: sólo eso. Es sencillamente lo único que tenemos y nadie, y el Estado menos que nadie, tiene derecho a privarnos de ella.
El escándalo que los progresistas defensores de la cultura de la muerte le han formado al ministro Gallardón, solo es un pequeño botón de muestra de lo que a nivel mundial pretende ahora la ideología bioética.
El Journal of Medical Ethics [Revista de ética médica], ha publicado un artículo en el que traspasando todos los límites morales y éticos médicos imaginables, justifica el "aborto postnatal". Una forma encubierta, cínica y desvergonzada de denominar al infanticidio.
Sus autores, Alberto Giubilini y Francesca Minerva, lo han titulado: “Alterar el aborto: ¿Por qué el bebé ha nacido?”.
En dicha publicación se sostiene que las razones para abortar, no solamente eugenésicas, deben extenderse al infanticidio, por un periodo que variaría, en las razones puramente eugenésicas, hasta la inmediata detección del "defecto del neonato" o en cualquier caso, la concesión de un plazo a los padres para apreciar otras causas, generalmente de su propia conveniencia.
Para mayor escarnio, el editor de la revista, ha intentado convertir esta aberrante propuesta para la práctica del infanticidio, en un caso orientado hacia la "discusión académica". Es decir, la revista considera aceptable, que bajo el paraguas de la ética médica, se proponga la práctica del infanticidio, como una mayor expansión del discurso ya aceptado de que el aborto es admisible con cualquier excusa y ahora, bajo la hipocresía de una aparente máscara científica, ya han dado el primer paso para que la sociedad acepte como admisible la eutanasia neonatal. La proposición del artículo, de la que son responsables los autores, pero también ciertamente la revista que los evalúa y propone, es que debe admitirse el infanticidio también en los casos en los que se admite el aborto, es decir, en todos.
En defensa de esta propuesta, los autores esgrimen razones o argumentos aparentemente coherentes con su tesis con el fin de persuadir de algo tan falaz, como que la protección de un ser humano vivo, sólo es aplicable cuando éste está incluido en la arbitraria y unilateral concepción que del mismo tienen los autores, en este caso, los padres.
En el fondo, el artículo es muy revelador de las dramáticas consecuencias del aborto como medio de la imposición absoluta de la voluntad del fuerte sobre un ser humano débil e indefenso. Nos enfrentamos a una barbarie que pretende ampararse en la protección académica y que de hecho reabre el espacio al estigma social ante la enfermedad e incluso ante la misma infancia.
El hecho de que esta propuesta de la antibioética haya visto la luz, abre la caja de Pandora, ya que de someter a unas determinadas condiciones no científicas la protección de un ser vivo, el campo de acción podría no limitarse a la decisión de los padres de un recién nacido, sino ampliarse a otros tipos de presupuestos de la libre elección de quien ejerza el poder, algo que violaría el Código de Nuremberg establecido en 1946 por el Consejo para los Crímenes de Guerra.
Como todas las prácticas de aquellos que se autoproclaman ardientes defensores de nuestros derechos y libertades, ésta es una más de las que constituyen un auténtico escarnio, porque no se yo que tiene que ver el aborto y el infanticidio o “eutanasia postnatal”, como le han dado en llamar para que tal monstruosidad no produzca el lógico y descarnado rechazo de la sociedad, digo que no se que tiene todo esto que ver con el juramento hipocrático que hace todo médico al terminar la carrera y que entre otras cosas, dice textualmente:
“Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos”.
Para los autores del artículo y por supuesto para la revista que les ha dado cobijo, está claro que un niño recién nacido, no es un ser humano. Ya podemos imaginar en qué fuentes abrevaron quienes defienden y aprueban esas leyes “liberadoras” que convierten el asesinato de un inocente indefenso, en un derecho, precisamente, de quien le dio a beber el agua de la vida. Estos son los abanderados del aborto y la eutanasia. Dos palabras malditas que no deberían tener cabida en el diccionario y que sin embargo, en él están. Infelizmente, el ser humano, por su esencial egoísmo, ha transformado en tenebroso drama, el acto más bello y luminoso de la Naturaleza: el alumbramiento de una nueva vida.
Segar la vida de un niño, estremece y horroriza por cuanto excede a nuestra propia naturaleza. Es quebrar el camino apenas emprendido. Es una contradicción a destiempo. El nacimiento habría de ser siempre una ocasión de gozo; porque un niño es siempre la aurora de un nuevo día; el reverdecer de una nueva primavera. Y es que cuando nace un niño, emerge la esperanza de un mundo nuevo.
César Valdeolmillos Alonso.