S. McCoy 11/07/2011
La semana pasada fue pródiga en noticias de calado. A la recuperación de la segunda I del denostado acrónimo PIIGS –Portugal, Irlanda, ahora Italia, Grecia y España, two points- que, para mal o para peor, parece situar el cortafuegos comunitario un paso más allá de España a la espera de lo que ocurra igualmente con la desgobernada Bélgica, se unió la publicación el viernes de un terrible dato de paro en Estados Unidos, incapaz de generar más de 18.000 puestos de trabajo el pasado mes de junio. Una cifra que ha provocado que algunos analistas empiecen a cuestionarse si el proceso de globalización productiva no llevará aparejada la imposibilidad a futuro de crear empleo industrial en Occidente. Una cuestión clave sobre la que habremos de volver en un momento dado.
Estamos hablando de temas urgentes, de enorme trascendencia, que tienen un impacto inmediato sobre los mercados, renta fija y acciones, castigando cotizaciones y diferenciales de forma simultánea. Sin embargo, mientras la atención se concentra en estos fenómenos, se consolidan tendencias más que preocupantes cuyos efectos finales quedan lejos en el tiempo y que afectan a la viabilidad financiera del estado de bienestar de aquellas naciones que lo disfrutan en mayor o menor grado. Materias que son como el cuento del lobo: la recurrencia de la alarma ha conducido al desdén colectivo. Bastante tenemos con ocuparnos del duro presente. Hasta el día en que la gravedad de sus consecuencias arroje a una búsqueda imposible de soluciones perentorias. Solo quien siembra, recoge en tiempo y forma. Y no es el caso.
Uno de ellas es el declive de la natalidad en España y su terrible efecto sobre la pirámide poblacional y el sistema público de pensiones. La estadística de 2010 dada a conocer el jueves por el INE, cifra más baja desde 2003, lejos de la tasa de reposición, debería invitar a una seria reflexión social. Nuestro país se muere lenta e inexorablemente debido al declive de nacimientos. Ya ni siquiera la inmigración contribuye positivamente. Se tienen pocos hijos, cada vez más tarde. Incide la crisis pero no solo. Vivimos en lo que se podría bautizar como “sociedad especulativa”, que se preocupa únicamente por su satisfacción a corto plazo. También, o sobre todo, en el ámbito personal. Se renuncia a invertir, al sacrificio, al compromiso, a perseverar, a poner el horizonte de gratificación en un plano temporal más lejano. Prima el yo sobre el nosotros, el tener sobre el ser, el apetito frente al principio. El resultado son unas vidas vacías de trascendencia, incapaces de comprender la cuota de responsabilidad que les corresponde en la Historia.
No es una cuestión de ayudas, que también. O de políticas de fomento de la natalidad, que por supuesto. O de medidas de conciliación laboral, innegable. O de restricciones a la consideración del nasciturus como un objeto susceptible de ser desechado a voluntad, apetencia criminal. Todo eso va después, aunque ocupe la primera plana de la actualidad. La aptitud se presupone, va en la genética. Hay una falta dramática de actitud, de asunción del propio papel que no se puede camuflar, aunque se intente, bajo el follaje de lo que hacen o dejan de hacer gobernantes o políticos. Mirar hacia otro lado, deporte nacional.
Hemos hecho de nuestros derechos banderín de enganche de las reivindicaciones más variopintas, especialmente en lo que a la labor asistencial del Estado se refiere. Pero nos hemos olvidado de que todo debe tiene un haber. Si se obvia la obligación de contribuir a la perpetuación de la sociedad a través de los hijos, la legitimidad de la protesta se debilita. No todo es medible en términos de puros flujos financieros. El progreso es avance y mejora, no autodestrucción. La maternidad es progresista, no les quepa la menor duda. Que no les vendan el gato de la comodidad por la liebre de la eternidad.
http://www.cotizalia.com/valor-anadido/2011/noticia-importante-semana-pasada-espana-muere-20110711-5786.html