No a los patronos, no al capital, no a los bancos, no a la propiedad privada… son algunos de los infinitos «noes» del movimiento 15-M, también conocido como «de los indignados». Este ambiente «negacionista» iba respirando yo hace unos días por la calle Carretas mientras intentaba inútilmente acceder a la puerta del Sol. Me topé con una curiosa defensa de la propiedad privada teniendo en cuenta que estos jóvenes vociferaban Sol es nuestra, la calle es nuestra. Bien, pues ese apego acérrimo a instalarse y apropiarse de forma permanente de un bien de la comunidad era lo que impedía que yo accediera a un espacio público. Curioso.
Claro que aquello empezó a sonarme como contradicción in terminis porque no veía yo como podría ser aceptable desde un punto de vista lógico el no a la propiedad privada con la afirmación no discutible de que Sol es nuestra. Este atentado contra la lógica me producía una desazón irritante y, hasta que aquella situación se definiera en algún sentido, me puse a leer el libro que tenía en ese momento. Y ello con la esperanza de que Chesterton me ofreciera algo de esa lucidez tan suya que trasciende generaciones de seres humanos.
¡Acerté! Encontré varios textos del genio inglés escritos hace aproximadamente ochenta años pero que eran sorprendentemente actuales. Cito uno especialmente revelador procedente de su obra Por qué soy católico: «Desde el momento en que el hombre ha abandonado toda tentativa de mantener una verdad civilizada y fundamental que contenga a todas las verdades, cada grupo social ha escogido una verdad y ha malgastado el tiempo transformándola en una falsedad… hemos caído en monomanías».
Al hilo de este pensamiento me planteaba en medio de aquel lío: ¿Quién se va a negar al repudio de la desigualdad escandalosa de nuestra sociedad y de la corrupción de parte de la clase política? ¿A quién no le duelen los cinco millones de parados y las familias sin ingresos económicos? ¿Acaso no es dramático el hecho de que se hable de toda una generación perdida de jóvenes por la negligencia y el egoísmo atroz de muchos de los máximos responsables de la política y de las finanzas?
El genio de Chesterton afirmaba que las herejías siempre se construyeron sobre la base de «una verdad que se ha vuelto loca» cuando se ha desgajado del conjunto orgánico de verdades de un sistema de creencias. Esa verdad absolutizada y desenraizada de su fundamento deviene inevitablemente en una envenenada falsedad. Envenenada porque todavía conserva un cierto halo de su veracidad primera pero que al verse absolutizada sin contrapeso por el resto de las verdades ya se convierte en la peor de las falsedades. En un sentido analógico comparo estos lúcidos pensamientos del escritor inglés con la defensa tan acérrima como genérica de la libertad, la justicia, la igualdad vociferada por los «indignados» y defendida entre insultos a la policía, al Papa y a los «fascistas» (es decir, cualquiera que afirme algo extramuros al grupo en cuestión). La defensa de estas verdades (de suyo evidentes) por parte de estas personas suena mal porque suena falsa. No nos pueden hablar de paz mientras los insultos a la policía constituyen su ariete en la guerra de guerrillas en la que han tenido la osadía de sumir el centro de Madrid. Relaciono estas actitudes irracionales con otro pensamiento de Chesterton: «La gente ignora de dónde proceden sus propias ideas, ni sabe tampoco lo que ellas implican».
Y, finalmente, el gran escritor inglés afirmaba lo siguiente desde su convencimiento de que ser cristiano católico era la forma más preclara de ofrecer a nuestro mundo tan confuso un poco de luz: «Necesitamos algo que sostenga las cuatro esquinas del mundo mientras hacemos nuestros experimentos sociales o construimos nuestras utopías».
Estoy seguro de que Benedicto XVI, tan denostado por estos jóvenes ayunos de verdad y esperanza, nos enseñará dentro de unos días cómo apuntalar bien esas cuatro esquinas del convulso mundo que nos ha tocado vivir.
Laus Deo.
Miguel Ángel Ortega
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