(...)Pero así como los cristianos, y sobre todo los católicos -hacia a quienes va directamente encaminada la arbitraria normativa-, no resisten a acatarla y ponen incluso la otra mejilla, o el otro costado, como San Lorenzo sobre la parrilla del martirio, las suras del Corán no son coincidentes con los versículos del Evangelio.
De todos modos, no deja de ser admirable que en este mundo paganizado subsistan todavía, afortunadamente, millones de personas, como esta joven musulmana, que no se avergüenzan de hacer pública manifestaciónde su fe y vivir en coherencia con ella; que se respetan a sí mismas y exigen ser de los demás respetadas. Curioso contraste con las mujeres del Occidente pagano, cada día más impúdicas e insolentes, y en compañía de las cuales pretendemos meter en cintura a toda una civilización islámica, joven y virtuosa. En su frivolidad, muchos son los que ya piensan cómo corromperles ofertándoles, al igual que a nosotros, vasectomías y ligaduras, píldoras de antes y después, y aborto libre y gratuito. ¡El colmo de la necedad!
No deja de ser paradójico que mientras las mujeres musulmanas observan con rigor sus tradiciones y muestran la religión que siguen mediante la exhibición pública del hiyab, buen número de sacerdotes católicos se despojan de la sotana y de todo lo que les identifique como tales, para así conducirse con mayor libertad por el mundo mundano. Las consecuencias son de todos conocidas, y entre otras, la de que al tiempo que se vacían los seminarios también lo hacen los cuarteles y academias militares, pues en España, por misterioso designio, el monje y el soldado siempre marcharon parejos.
No fueron Tarik y Muza los culpables de la islamización de nuestro país por espacio de ocho siglos, sino los traidores -el obispo Don Opas y el conde Don Julián, entre otros- que les facilitaron, como ahora, su entrada y asentamiento.
Y, por último, no perdamos de vista que la guerra no es contra los musulmanes ni contra las diversas iglesias cristianas, sino contra España y la Iglesia Católica, perfecta simbiosis que imposibilita la existencia de ambas por separado; que impide la destrucción de la una sin aniquilar a la otra; y que, por consiguiente, garantiza, pese a las tribulaciones que nos aguardan, que España, el más firme baluarte del catolicismo en el mundo, perdurará junto con su Iglesia hasta la consumación de los siglos.
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