El cuaderno en blanco me mira con ojos de burla. cada uno de sus cuadraditos parece enfocar hacia mi persona. Se preguntan cómo es posible que hayamos pasado tantas horas juntos y ahora sea incapaz de dar a luz unas líneas. Así que, me he armado de valor y, bolígrafo en mano, he decidido volver a intentarlo, en nombre de los más de mil post, de mis siete libros y de tantos días de inspiración, que ya pertenecen al pasado. No puedo escribir, por la misma razón por la que ya no tengo fuerzas para salir o hacer las cosas habituales de cada día. Estoy deprimida. No sé si por una razón en concreto o porque sí. Sospecho que alguna parte de mi cerebro se ha rebelado y se ha declarado en huelga ante tanta introspección y auto reflexión. El caso es que estoy anclada al cuaderno sin saber, por una vez, exactamente qué quiero decir.
Lo bueno de tocar fondo es que sólo puedes ir hacia arriba, o al menos eso es lo que yo me repito a mí misma cada día para no dejarme ir otra vez hacia el abismo. Estoy con medicación, aunque me avergüence reconocerlo. Yo , más que nadie, creo que debería haber sido capaz de salir de este agujero por mis propios medios. Si no es así, vaya una consejera que estoy hecha. Pero no me rindo. Me aferro a mi familia, a mis clases de francés y, sobretodo a mi religión. Un desequilibrio químico no va a poder conmigo. Así que espero que éste sea el primer post de una larga serie. Que tenga para aburriros y para publicar otro libro más. Que el cuaderno no se quede sobre la mesa recordándome que mis intenciones se convirtieron en humo. Quiero encontrar la salida de este laberinto cuanto antes.