Una de las esclavitudes más absurdas que sufrimos las mujeres en la actualidad no viene de fuera, sino de nosotras mismas. Se trata de la obligación de llevar zapatos de tacón de diez centímetros o más si se quiere una considerar elegante. Por suerte, yo soy físicamente incapaz de cumplir con esa condición, gracias a la excusa de que tengo los dedos de los pies de los llamados "martillo". Eso me libra de semejante martirio. Andar sobre tacones de diez centímetros, incluso aunque se lleve plataforma, es algo antinatural y muy dañino; no sólo para los pies, sino para la columna vertebral y la circulación sanguínea. Cada vez que veo una mujer subida en semejantes instrumentos de tortura, me dan ganas de darle el pésame. Pero sé que me miraría como si estuviera local y es que hace tiempo que el sentido común ya no está de moda.
No es ya sólo en situaciones especiales, sino incluso para trabajar ocho horas, para ir a la compra o para llevar a los niños al parque, es como he visto a cada vez más mujeres haciendo equilibrios imposibles, mientras intentan hacer una vida normal. No les preocupa la posibilidad, harto probable, de torcerse un tobillo y acabar en el hospital, porque un esguince desde esa altura es realmente grave. Me pregunto por qué razón la humanidad, - y especialmente las mujeres -, tenemos ese afán masoquista que nos lleva a complicarnos la vida sin necesidad, una y otra vez. Tal vez sólo sea por el placer y el alivio inmenso que debe suponer llegar a casa y quitarse esos zapatos. Los tacones de vértigo vienen a ser el cilicio del siglo XXI.