Aprovechando esta Semana Santa he estado haciendo examen de conciencia y he llegado a la conclusión de que no puedo seguir soportando los sufrimientos ajenos. Ya sé que no suena precisamente muy cristiano eso de pretender desentenderse de las desgracias de los otros, pero es una simple cuestión de supervivencia emocional. Siempre he sido muy empática. Aún así, he pasado por situaciones terribles consiguiendo mantenerme relativamente al margen. No sé cómo lo lograba entonces, pero desde luego he perdido la receta. Ahora me parece que cargo con los dolores y las decepciones de todos y eso es algo imposible de soportar. Por eso me ha llevado a la situación que atravieso en este momento.
Tengo que endurecerme de nuevo y hacerme con una coraza. Tengo que aprender a llevar solamente mi cruz, que a veces ya es suficiente. No puedo evitar que siga habiendo guerras, hambre, injusticia y enfermedades. No puedo hacer nada en la batalla contra el paso del tiempo, que está perdida de antemano. No puedo ni debo sacrificar mi alegría de hoy y mis ilusiones de mañana porque vivo angustiada pensando en lo que podría ser y no es. Es más fácil de decir que de llevar a cabo, pero, después de mi última zambullida en el vacío, he hecho firme propósito de no dejarme llevar de nuevo. La conmiseración es una virtud, sin duda, pero también puede ser un lastre demasiado pesado para soportarlo.