Pero una palabra tuya bastará para sanarme. Esta frase dirigida a Jesús es una de las que más siento en la Eucaristía. Realmente, ninguno seríamos dignos de su atención, pero basta un poco de fe para lograr aquello que le pedimos. La gracia de Dios se manifiesta a los corazones sinceros. A veces no trae exactamente lo que deseamos, pero sí lo que necesitamos. Por eso, hay que ponerse en manos de Dios y sentir que, junto a él nada es imposible. Aunque no podamos ya tocar su manto, sí podemos sentir su presencia y encomendarnos a Él; porque las cosas que a nosotros nos parecen imposibles, y no vemos la solución, no tienen importancia y se pueden arreglar fácilmente teniendo fe, o al menos se pueden sobrellevar mucho mejor.
Dios nos da la fuerza necesaria si nos confiamos a sus manos y el mundo está lleno de ejemplos de ello. Personas en circunstancias difíciles, enfermos o impedidos o con grandes problemas han dado muestras de fortaleza y alegría guiados por Dios. Especialmente, dos santos, Juan Pablo II y santa Teresa de Calcuta, fueron ejemplos vivientes de esto. Yo intento cada día ser capaz de alcanzar ese nivel de confianza ciega en Jesús que me ayude a ser más fuerte y vencer el desánimo. Sin embargo, sé bien que no soy digna de ese honor, porque todavía me falta mucho para emular la vida de esas personas tan entregadas, a las cuales tanto admito. Estoy lejos de la meta, pero no dejaré de intentarlo.