Llega un momento en la vida en que tienes que dar el todo por el todo. No sirve el cansancio, el sueño o el desánimo porque es la ocasión de hacer las cosas bien o mal y las consecuencias se verán después. O eso pensaba yo... También pensaba que había hecho las cosas bien, que les había dedicado todo el tiempo y el cariño necesario. Pensaba que tenía todo controlado y que, lógicamente, nada podía torcerse. Pero no contaba con que la vida da muchas vueltas y yo no era el factor decisivo en esta historia. Lo pensé, lo hice y lo conté en muchos fascículos, confiando en que tenía razón y no había otro camino. Pero no me sirvió de nada y ahora me pregunto por qué.
Los recuerdos se agolpan en mi cabeza de aquel tiempo en que pensé que todo iba bien y ahora sé que no va bien nada, pero no puedo hacer nada para solucionarlo. En casa del herrero, ya se sabe. Y mientras yo sigo luchando en mil batallas, dando el todo por el todo, por una visión del mundo que creo justa pero que a mí personalmente no me ha servido. Mientras intento convencer a los demás, a menudo me pregunto si no debería cerrar mis blogs y dedicarme a otra cosa, porque ya no tengo fuerza moral. Pero si no sigo intentándolo, entonces ¿qué me queda?. Tendría que reconocer que todos mis ideales han resultado un fracaso en parte y eso es algo demasiado duro para asumirlo. Al menos me queda la fe.