Se dice de aquella teoría que supone que los hombres y las mujeres somos iguales y sólo la educación recibida nos diferencia. Científicamente, se ha demostrado la falsedad de esto, ya que las hormonas sexuales determinan nuestros gustos desde antes de nacer. Cualquiera que haya tenido hijos e hijas sabe que, de modo natural, las niñas tienen un comportamiento diferente al de los niños, aunque no se hayan socializado todavía. Así, ya en la cuna, las niñas abrazan a sus muñecos como si fueran bebés y, en cuanto pueden hablar, los riñen. Los niños tienden a los juegos de acción, coches y monstruos con los que luchar. Nunca les he obligado a mis hijos a hacer esa elección, pero basta con entrar en una tienda de juguetes con ellos para comprobar lo que les atrae. Los fabricantes también lo saben perfectamente.
De igual modo es natural que las mujeres deseen casarse y tener hijos y que den a esto más importancia que a su desarrollo profesional. Por eso, muchas, como yo, acaban renunciando al trabajo al menos temporalmente para atender a su familia. Eso es algo que a las feministas radicales les pone de los nervios. Así que ahora pretenden desligar a la mujer de la maternidad, mediante el aborto e intentando que dejen a sus hijos al cuidado de otras personas cuanto antes. Sin embargo, no cuentan con que, primero que personas, somos animales, y nuestra biología y el instinto tienden a poner todo otra vez en su lugar. Así que, pienso que ésa es una batalla que tienen perdida a la larga, pero todavía se llevará muchas víctimas por delante.