Probablemente es lo más duro que pide Jesucristo durante su predicación. Porque si amas sólo a los que te quieren, ¿qué mérito tienes? Eso lo hace todo el mundo. Pero aprender a apreciar a aquellos que te perjudican intencionadamente es otra historia. Para eso hay que ejercer una capacidad de empatía impresionante, buscar lo que te puede atraer de esa personas y las razones por las que deberías simpatizar con ella o al menos comprenderla. Es todo un esfuerzo de voluntad. Resulta más fácil con los familiares porque, al fin y al cabo, hay más posibilidades de encontrar algo positivo que camufle los datos negativos que se tienen. Cuanto más se conoce a alguien es más fácil justificarlo.
Pero cuando se trata de alguien poco conocido, de quien sólo se tienen unos cuantos datos dispersos, o cuando resulta ser una persona pública de cuya vida privada apenas se sabe nada, la cosa se complica. Resulta triste, pero realmente es más fácil justificar a alguien cuando descubres que tiene alguna desgracia en su vida que le ha podido llevar a ser como es. La commiseración es una gran ayuda. Pero si además a esa persona teóricamente todo lo va bien, salud, dinero y amor, entonces cuesta mucho más ponerse en su lugar e intentar aceptarla. Pero precisamente por eso tiene mucho más mérito. Nadie dijo que aspirar a la santidad fuera fácil. Pero Jesús nos pide que lo intentemos, aunque a veces nos resulte imposible.