A continuación de escribir mi post anterior, fui a visitar mi segunda casa. Estuve alquilada durante cinco años y allí nacieron mis dos hijos mayores. Se trata de un barrio tranquilo con zona peatonal y mucha sombra; lo cual lo hace agradable en verano. El piso, creo que está en venta, y siempre decimos que, si nos tocara la lotería, lo compraríamos. Vivimos bien allí, aunque la calefacción era eléctrica y pasábamos bastante frío. Recuerdo con cariño esa época, a pesar de que la pasé entre embarazos y enfermedades infantiles. Al pasear por allí, también me da la impresión de recordar otra vida. Parece mentira, por en este caso sólo han pasado apenas quince años. Es duro pensar que los recuerdos se borran como las viejas fotografías. Uno quisiera al menos recordar todo lo bueno.
Después nos mudamos a nuestra nueva casa, ya en propiedad, en una zona más tranquila y aislada; aunque ahora resulta ser céntrica. Tenemos ya toda una historia a nuestras espaldas y lo cierto es que gira alrededor del crecimiento de nuestros hijos. No entiendo a las personas que deciden libremente no tenerlos. Sus vidas deben de ser una sucesión de días sin referencias claras. Cada vez estoy más convencida de que el sentido de la existencia está en formar una familia. Algunos, por desgracia, no pueden, pero suelen reforzar sus lazos con hermanos y sobrinos. En todo caso, la felicidad tiene que ver con el tiempo que compartes con los tuyos. Hay quien dice que la amistad tiene el mismo efecto, pero yo, desde luego, por mi experiencia no he tenido ocasión de comprobarlo.