Existen programas que ayudan a borrar todos tus datos de internet. La gente va dejando por ahí nombres y fotografías o textos que le podrían complicar la vida en el futuro. En mi caso, no me preocupa tanto lo que escribo – que suscribo – sino lo que se va diciendo por ahí sobre mí en otras páginas. Afortunadamente, he rastreado la red y no queda nada de mi primer blog. Internet es una fiera hambrienta que digierere rápido lo que come. Pero, si quedan comentarios negativo, e incluso algún post dirigido directamente a mí, no me gustaría que mis hijos o nietos acabaran encontrandolo por casualidad de aquí a unos años.
Se dice: difama, que algo queda. Aunque sé que las páginas virtuales son muy efímeras, la verdad es que no vivo a gusto pensando que cualquiera puede juzgarme y condenarme sin conocerme siquiera, sólo porque tengo un blog desde hace años. Por suerte, es anónimo y, aún así, hay días en que me dan ganas de darle al botón de suprimir y borrar todo rastro mío en la memoria de otros. Pero eso no sucederá “la víspera de mañana” como diría Asterix. Admiro profundamente a la gente que es capaz de escribir con su nombre y afrontar las consecuencias. Hay que estar hecho de otra pasta.