Existe una fascinación enfermiza por conocer todos los detalles de la vida de personas a las que no conocemos ni vamos a conocer nunca. Hasta tal punto que, alguien me hizo notar hace poco que gozamos de más intimidad con ellos que con algunos miembros de nuestra familia; aunque, en mi caso, es fácil. ¿Por qué queremos saber los deseos más ocultos, las motivaciones personales de gente que "ni nos va ni nos viene"?. Sin embargo, somos incapaces de alcanzar ese grado de intimidad con otros que vemos a diario. Existe un cierto grado de timidez social o defensa de la intimidad privada.
Pero, cuando se trata de un personaje público, yo misma me he sorprendido identificándome con alguien; o, por el contrario, sintiendo una gran antipatía hacia alguien que no es más que una foto en una revista o unas imágenes en la televisión. No tiene sentido. Vivimos una vida artificial cargada de emociones falsas. Porque esos sentimientos deberíamos reservarlos para las personas "reales" de nuestro entorno: los compañeros de trabajo que casi no conocemos, los vecinos con los que no tratamos, los conocidos a los que apenas saludamos; y, sobretodo, los familiares y amigos que realmente nos necesitan.