Uno de los complejos de mi vida consiste en no haber sido nunca capaz de hacer el pino. Comprendo que es una tontería porque no es algo imprescindible para vivir, pero yo era practicamente la única del curso que no pudo hacerlo. Los profesores de gimnasia generalmente no comprenden que hay personas que estamos físicamente incapacitadas para algunos ejercicios. En el caso de hacer el pino, existen razones de tipo anatómico que pueden explicar que yo no fuera capaz de conseguirlo: tengo los brazos cortos, poca fuerza y las articulaciones inestables. Pasé diez años de mi vida intentándolo. Afortunadamente, hoy en día las clases de gimnasia han evolucionado y son mucho más variadas que entonces.
Cuando pienso en esa época, me acuerdo de tanto sufrimiento inútil, tanto esfuerzo desperdiciado... Pero la vida es así. Muchas veces, se desaprovecha el tiempo y el interés en cosas que no valen la pena. A veces, no te queda más remedio, como sucedía en este caso; otras te empeñas tú mismo en misiones imposibles. Por eso, es importante conocer los límites de cada cual. Los míos son muy bajos. Me veo obligada a administrar mi energía, tanto física como psicológica, para no acabar extenuada. Cada uno tiene que jugar con las cartas que le tocan en la vida, y las mías, desde luego, no son de las peores; así que tampoco tengo derecho a quejarme demasiado, aunque eso no me sirviera de consuelo en su momento.