Me gusta esta expresión que leí el otro día en alguna parte. Se refiere a las tres grandes religiones del mundo: judaísmo, cristianismo e islam, basadas en la Biblia. Es evidente que hay mucho más que nos une que lo que nos separa, sin embargo, siglos de discrepancias y malentendidos nos han colocado como enemigos irreconciliables. En un mundo como el de hoy, que tiende al relativismo y el agnosticismo, deberíamos sentirnos más unidos que nunca. Qué más da si nuestro Dios se llama Yahvé, Alá o simplemente Dios. Es el mismo, sin duda. Lo que varían son los profetas y tampoco mucho, ya que todos los pertenecientes al judaísmo son reconocidos por las tres religiones, y los cristianos por dos de ellas.
Somos como parientes a quienes el tiempo y el espacio han ido distanciando, pero no dejamos de formar parte de la misma familia de los creyentes. También tenemos lazos de simpatía con budistas e induístas, quienes no hacen más que buscar la espiritualidad por otros caminos. Mientras nuestra sociedad nos condena a una existencia sin sentido, sin finalidad y abocada al vacío, las grandes religiones nos marcan un camino de esperanza en un mundo mejor. Por tanto, no deberíamos dejar que simples diferencias de interpretación de los textos nos sigan manteniendo separados. El siglo XXI con sus nuevos desafíos contra la familia y la vida, necesita una comunidad espiritual en todo el planeta.