Arremeter contra la Iglesia en España viene a ser como renegar de tu propia familia. Más de cien generaciones de españoles han sido católicos practicantes, - al menos para guardar las apariencias -, y la mayoría sinceramente. Qué pensarían de nosotros ahora cuando permitimos que se haga mofa y escarrnio del Papa y de sus representantes. La historia de España está ligada indisolublemente a la fe cristiana. Por ella, viajamos por todo el mundo intentando transmitir el mensaje de Jesucristo. Fue lo único que nos mantuvo unidos en múltiples divisiones internas. Lo único que borraba las diferencias regionales y sociales a todo lo largo del país.
Pretender ahora devolvernos a las catacumbas, convertir la religión en algo privado y personal, supondría tener que derrribar todas las iglesias y catedrales, destruir nuestro patrimonio cultural y artístico y arrojar los libros de historia a una gran pira de fuego. Tal vez alguno estarían encantados de hacerlo (y con alguien dentro), pero eso no puede volver a suceder. Ahora somos un pueblo culto y civilizado y deberíamos ser capaces de respetar la ideología y las creencias ajenas, sin caer en la trampa fácil de la descalificación y el insulto. Tampoco los cristianos vamos a renunciar a nuestra esencia para adaptarnos a los nuevos tiempos. Eso sería una traición. Dos mil diez años de historia no se pueden borrar de un plumazo.