El otro día nos contaron un relato en la homilía de la misa de niños. Se trataba de un padre que hablaba con su hijo acerca de las dificultades de la vida. Fue a la cocina y le trajo una zanahoria y le dijo: parece que está muy dura, pero bastan unos minutos en cocción para que se quede blanda. Luego, le trajo un huevo y le dijo: parece que es muy frágil, pero bastan unos minutos en cocción para que se ponga duro. Finalmente, le trajo un paquete de café y le dijo: tu debes ser como estos granos de café, que, cuando los cuecen sueltan su mejor aroma. Así, en las dificultades tienes que procurar sacar lo mejor de tí mismo. Algunos se ablandan, otros se endurecen demasiado, pero debes seguir siendo tú mismo.
Creo que es una gran enseñanza y muy difícil de seguir. Efectivamente, a veces los problemas te hunden, te vuelves demasiado sensible y ya no sirves para nada. Otras veces, te insensibilizan y ya todo te da igual. Lo ideal es saber sacar provecho de cualquier situación. Conseguir que, al menos el ambiente y las personas que te rodean no se vean demasiado perjudicados. Hay personas que, ante los problemas de cada día, exhalan realmente un aroma de pacificación, de esperanza y de paz. Me gustaría ser como ellos. Esa gente son aquellos que realmente han conseguido alcanzar un grado de madurez espiritual que, no sólo mejora sus vidas, sino que les permite ayudar a los demás.