Comprendo que debe de ser realmente duro trabajar con enfermos. Primero, porque no suelen estar de buen humor, segundo; porque hay que hacerles pruebas desagradables; tercero, porque, en ocasiones, también tienen que darles malas noticias. Y luego, los médicos y las enfermeras vuelven a sus casas a seguir con su vida como si nada hubiera pasado. Precisamente por eso, se agradece infinito ver una persona amistosa en el hospital; alguien que te sonríe y te da conversación; incluso aunque acabe poniéndote mal vía, como me suele suceder a mí porque no me encuentran las venas. Despertarse con una sonrisa, incluso a las cuatro de la mañana, cuando toca la medicina, lo hace todo mucho más llevadero.
Como, por desgracia, he tenido bastantes estancias hospitalarias (10), tengo experiencias de todo tipo. Desde la última, donde no tengo ninguna queja, hasta las tres de mis partos, que no fueron tan agradables a pesar de la ocasión. Más que nada a causa de las comadronas, que deben ser mujeres que nunca han tenido hijos. Si no, no se explica, - estando en una situación tensa, más preocupada por tu bebé que por tí misma -, con dolores, sin apenas poderte mover; como mis tres matronas consiguieron hacerme sentir como una inútil, una quejica y un estorbo. Espero que mi caso sea la excepción y no la norma; porque creo que es un momento tan especial en la vida que toda buena atención y cariño es poco.