El problema de nuestra época no es que hayamos perdido la fe en Dios, es que hemos dejado también de creer en el amor. ¿Cómo comprender que una persona sea capaz de entregarse a la muerte, cuando ni siquiera pensamos que podríamos sacrificar nuestra casa, coche, nuestro estatus social o nuestro trabajo por amor a alguien? A amar también se aprende. En una sociedad donde sólo se valoran los derechos individuales y, especialmente, el derecho a pasarlo bien, libre de responsabilidades pasadas y futuras; el cristianismo provoca escándalo. Y no sólo la fe cristiana, sino cualquier religión o filosofía de vida que anteponga la relación con el prójimo a la consecuención de nuestro propio capricho.
El amor no es un don que se tiene o no se tiene, como quien le toca la lotería. Me molesta cuando me dicen que he tenido mucha suerte al elegir pareja y demás. No se trata sólamente de saber esperar a la persona adecuada. Después hay que superar las dificultades de cada día. Y eso, sólo se puede conseguir con un salto de fe: sabiendo que el amor es más fuerte que el espacio y el tiempo. Se ha pervertido el concepto de amor equiparándolo a cualquier tipo de relación casual con un objetivo hedonista. Se le han puesto límites y condiciones, como si se tratara de un contrato legal. Por eso, quedan tan pocos ya capaces de superar la prueba. Como dijo alguien: para querer, hay que querer querer. La voluntad y la fe en el amor hacen el resto.