Lo que tiene ir de persona dulce y educada es que, a menudo, no te hacen ni caso. Cuando se trata de algo sin importancia, no le doy más vueltas; pero pero otras veces son temas que trascienden mi persona y mis circunstancias. Son asuntos que afectan a más gente o a la sociedad en general. Entonces toca ponerse serio. No me gusta nada tener que cambiar de aptititud. No va con mi carácter. Pero tengo comprobado que, a menudo, enfadarse es lo único que funciona. En España estamos tan acostumbrados a tomar las cosas a broma o dejarlas para luego, que si quieres que algo se haga ya, tienes que plantarte. Con los hijos ocurre lo mismo; una cosa es el cariño y otra los límites que hay que poner en la casa.
Algunos temas no son discutibles. Por ejemplo, ya he repetido un sinfin de veces que la Iglesia no está en contra de los anticonceptivos en general. Naturalmente, prefieren que las parejas tengan varios hijos, aunque eso se puede regular teóricamente por métodos naturales. Sin embargo, como no son muy fiables, hace décadas que los sacerdotes están haciendo "la vista gorda" respecto a los anticonceptivos orales. El problema son los preservativos porque, al prevenir contagios, fomentan la promiscuidad. Una pareja estable no teme a las enfermedades venéreas y no necesita condones en principio. Por eso, la Iglesia no es partidaria de los preservativos; lo cual no quiere decir tampoco que los haya prohibido, sino que no los recomienda.