Estaba escuchando esa canción de los años ochenta y me recordaba mis tardes en la pista de hielo. Nunca he sido deportista, pero patinando me defiendo, más o menos. Cuando no tenía con quien salir, al menos en la pista podía escuchar buena música y hacer algo de ejercicio. Tenía, sin embargo, la secreta ambición de acabar conociendo a un grupo de amigos con quienes poder hacer pandilla e ir a otros sitios. No ocurrió, y supongo que fue mejor así. Si hubiera intimado con alguien, probablemente no habría vuelto a coincidir con mis compañeros de colegio y no habría encontrado de ese modo a mi marido. La vida da muchas vueltas.
Mis recuerdos de la adolescencia son agridulces. Tuve temporadas largas sin amistades con quienes pudiera hacer vida social. Ahora pienso que, en esos momentos mi marido estaba centrado en sus estudios y tampoco salía mucho; aunque con motivo justificado. Así que, en cierto modo, es como si ya fuéramos novios en la distancia y nos guardáramos ausencias. Supongo que es un consuelo un poco vacuo, pero a mí me funciona. Quién sabe dónde hubiera acabado yo si, en una de esas largas tardes solitarias escuchando a OMD, hubiera conocido a otro tipo de gente que me llevara por otros caminos... Eso sí, la música era estupenda.