Hace casi un mes tuve la gran suerte de poder asistir a un parto. La vida me brindó una oportunidad que no podía dejar escapar, una madre necesitaba de alguien y allí estuve yo, débil para muchas cosas, pero armada de fuerza para transmitirle toda mi energía a esa madre en un momento tan importante en la vida de una mujer como es el nacimiento de un hijo. No soy una persona que me considere fuerte, al contrario, me suelo derrumbar a la mínima de cambio y me afecta demasiado lo que sucede a mi alrededor, pero el hecho de que me pidieran que estuviera allí me llenó de alegría y me sentía con tantas ganas de ver nacer a esa criatura que parecía que iba a ser yo la que iba a dar a luz. Así fue como respiramos, abanico en mano y con alguna que otra llamada de atención cuando las contracciones se hacían cada vez más fuertes y ella parecía rendirse. Yo, a su lado me sentía como una columna a la que ella se aferraba en cada contracción, indicándole que se relajara y no pensara en el dolor sino en la cercanía del nacimiento de su hija. Tuve muy presente la canción “Respiras y yo” que publiqué en una entrada anterior y que les invito a escuchar. Imaginaba a esa pequeña respirando cada vez que su madre empujaba y la ayudaba a salir. Así pasaron las horas hasta que llegó el momento de pasar al paritorio.
Estaba tan nerviosa que tenía ganas de ser yo la que empujara y saliera ya de una vez esa ansiada bebecita. No entiendo cómo muchas personas ponen cara de asco cuando les cuentas tu experiencia en un parto. ¿Se ve sangre?, ¿da mucho asco? ¡Por el amor de Dios! si está saliendo una VIDA de dentro de tu ser, eres una portadora de lo más maravilloso en la vida de una mujer que es esa criatura llena de vida que llevas dentro… ¿qué rayos me va a importar la sangre? así, entre nervios y risas apareció su cabecita llena de pelo. La madre pidió verla con un espejo y eso le dio fuerzas para seguir adelante. Dos empujones más y un pequeño cuerpecito se deslizó entre las manos de la matrona para descansar en el pecho de su madre. Fue, dejando a un lado lo que sentí cuando me pusieron a mis hijas en mis brazos, la experiencia más bonita que he podido vivir. Se me escaparon las lágrimas al ver a aquella pequeñita llorando y acurrucándose al calor de su madre.
Como me dijo mi ginecólogo una vez: la vida es un misterio, y cuanto más cerca estás de ella más milagroso te parece, ni nosotros podemos explicarlo.
Gracias a ti por brindarme la oportunidad de estar a tu lado en ese momento tan importante y difícil a la vez, gracias por mostrarme una vez más cómo muchas madres siguen en la lucha y no renuncian al hijo que llevan dentro, gracias por dejarme tener en mis brazos a la pequeña Gabriella y poder dar gracias a Dios por el milagro inexplicable de la VIDA.
derechoavivirtenerife.wordpress.com/2010/08/24/la-maravilla-de-un-nacimiento/