Como ya he dicho alguna vez, Yo soy más europea que española para algunas cosas. Una de ellas es el horario de las comidas. Desayunamos temprano, comemos sobre la una y media, cenamos a las ocho y media. En España, lo tradicional es levantarse tarde (cuando se puede), comer a las tres y cenar a las diez de la noche. Ese horario no me ha gustado nunca, y además dicen los médicos que tampoco es aconsejable. Lo que no me entra es el desayuno europeo. Soy incapaz de tomar huevos a las ocho de la mañana. Por lo demás, sí que me gusta comer ligero y cenar poco. Irse a la cama con la digestión de una cena abundante no conviene: de grandes cenas están las sepulturas llenas. A media mañana, me suelo tomar un café. Mis hijas llevan barritas de cereales al colegio. Lo que también es una barbaridad es darles bollos a los niños de aperitivo porque, además de llevar grasa saturada, luego no tienen hambre para comer.
El clima español invita a acostarse y levantarse tarde, lo cual explica este horario, especialmente en verano. Sin embargo, en tiempo laboral y de colegio, supone que mucha gente reduce sus horas de sueño a menos de ocho; lo cual no es sano. Luego nos extrañamos de los accidentes de coche que se producen por dormirse el conductor al volante. El sentido común debería primar sobre las costumbres adquiridas. Como no podemos tener un horario en invierno y otro distinto en verano, lo lógico sería mantener el mismo con leves variaciones. En mi casa, sólo flutúan en una media hora, porque además somos bastante madrugadores en general. El cuerpo no entiende de tradiciones culturales, sino de salud; y las personas somos básicamente iguales en España que en el resto del mundo. Es algo a tener en cuenta.