Como en ocasiones anteriores, tengo demasiados borradores en espera, así que he decidido publicar dos al día: uno escrito por mí y otro copiado de otros medios.
Frase célebre de André Malreaux, el cual era precisamente un simpatizante del comunismo y, por lo tanto, no sospechoso de haber recibido adoctrinamiento cristiano. El caso es que lo que llevamos de siglo no invita precisamente a ser muy optimista sobre la posibilidad de que el ser humano vuelva sus ojos a la espiritualidad. Lo que domina es el materialismo. La doctrina que parece estar reviviendo es aquella que defiende el control absoluto del estado sobre los recursos, a pesar de que se haya demostrado sobradamente que esa clase de teorías no funcionan y además atentan contra los derechos humanos. Pero, casi todos los días, tropiezo con insinuaciones de ese tipo.
Por eso, tengo mis dudas sobre las capacidades proféticas de este señor, aunque realmente me gustaría pensar que acierta. La segunda parte del vaticinio no me importaría tanto si no fuera porque llevo detrás a mis hijos y sobrinos para sufrir las consecuencias. Realmente, creo que es imprescindible renovar la espiritualidad del mundo, empezando por la vieja Europa y siguiendo por EE.UU. y otros países desarrollados donde, a pesar de nombrar mucho a Dios, han olvidado completamente lo que implica. Los fallos del liberalismo económico no vienen del sistema en sí, sino de la falta de escrúpulos de algunos que han puesto su enriquecimiento personal por encima del bien común. Hay que revalorizar al hombre frente a la sociedad, como hijo de Dios que es y hermano nuestro.