En los últimos días, hemos sufrido un alud de noticias sobre la pretensión del estadounidense Terry Jones, pastor protestante de una exigua comunidad en la también pequeña localidad de Gainesville (Florida), de quemar ejemplares del Corán en este 11 de septiembre, según él como conmemoración del atentado a las torres gemelas del WTC y como protesta por la construcción de una mezquita junto a la zona cero, el triste solar que ha quedado expósito tras el terrible atentado que segó la vida de casi 3.000 personas.
Primero anunció a los cuatro vientos la quema de los textos sagrados. Luego, tras haber captado la atención incluso del gobierno de su país por las posibles repercusiones, anunció que renunciaba a sus intenciones ante ciertas promesas del Sr. Barak Hussein Obama. Después saltó a la prensa que “se lo está pensando” y que tal vez sí se lance a consumar su pirómana idea. ¡Vaya forma de alcanzar notoriedad y fama la que se ha montado este excéntrico pseudo-cristiano, tan fanático como aquellos a quienes critica!
Aunque me parece una provocativa y desafortunada idea la construcción de una mezquita justo en ese lugar, cualquier persona razonable y de buena voluntad sabe que el Corán, e incluso el Islam considerado globalmente, no son los culpables de los atentados del 11-S, ni del terrorismo islamista. Los responsables de esos espantosos crímenes son grupos extremistas violentos que se consideran a sí mismos musulmanes y tratan de justificarse interpretando el Corán a su antojo, pero no lo es el Corán en sí mismo.
Como cristiano católico, reconozco con pesar las barbaridades que, a lo largo de la historia, se han cometido en nombre de Dios, de Jesucristo y de una interpretación errónea e interesada de la Biblia. Las han hecho supuestos católicos y las han hecho supuestos protestantes. Es fácil abrir la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, interpretarla a gusto del fanático de turno y sacar citas fuera de contexto para justificar casi cualquier cosa. No por eso la Biblia merece ser quemada. Ese pastorcillo de Florida debería saberlo.
Los textos sagrados de las principales religiones contienen mensajes de fe, esperanza, amor, paz y vida ética y moralmente correcta. Interpretados en su globalidad y en su contexto histórico, con sabiduría, erudición y recta intención, no puede extraerse de ellos justificación alguna para actos violentos ni crimen alguno. Enarbolar la bandera de una religión o un nombre de Dios para cometer tales atrocidades jamás es legítimo. Dios “odia” la violencia, se apele a él como Dios, Alá o con el tetragrama hebraico.
El cristianismo ha ido comprendiendo cada vez mejor esta realidad y hoy en día ninguna gran iglesia piensa ni de lejos que de la Biblia pueda extraerse alguna enseñanza que justifique o aliente la violencia y el asesinato. El Islam, religión más joven, también ha ido comprendiendo –exceptuando los grupos extremistas– que el corazón del Corán es pacífico. Los musulmanes no tienen una institución que los aúne a todos, como el papado católico, y les es difícil dejar constancia de ello en un “concilio”, pero en general es así.
Por desgracia, es necesario seguir defendiéndonos de esas sectas islamistas fanáticas. No podemos permitir que se vuelvan a producir tan horrorosos atentados. Los más altos líderes de las religiones mayoritarias llevan años dialogando, alentados por el impulso ecuménico católico, para intentar realzar los puntos de comunión entre sus respectivas confesiones. Uno de los temas de unánime acuerdo es que ni el nombre de Dios, ni los textos sagrados, pueden ser invocados para justificar forma alguna de violencia.
Ni la Biblia tiene “la culpa” de las atrocidades que algunos hombres han cometido retorciendo su contenido, ni tampoco la tiene el Corán. Quemar el libro sagrado de una religión es un acto de ignorante fanatismo y de inhumana falta de respeto hacia las creencias ajenas. Tal acción, más propia del Medioevo que del siglo XXI, sólo puede servir para alimentar más odio y más violencia. Si ese pastor en verdad quiere ver al mundo libre de fanáticos violentos, debe comenzar por abandonar sus propios fanatismos.
No piensen que, por decir estas cosas, me trago las chafarderías de Zapatero sobre su estúpida “alianza de civilizaciones”. Difícilmente se pueden “aliar” dos colectivos humanos todavía por civilizar. La parte islámica está formada todavía por retrógradas autocracias o teocracias, unas más abiertas que otras, con la peculiar excepción de Turquía. En muchas “repúblicas islámicas” (así llaman hipócritamente a sus dictaduras teocráticas), aún se practican lapidaciones, ablaciones, leyes de talión, desprecio a la mujer, etc.
La parte “de aquí” (no sé cómo llamarla, si ya no quiere ser “cristiana”), que está formada por democracias (eso dicen) y todo parece muy avanzado y muy progresista, es una gigantesca mentira en recesión, no sólo económica, sino también humana, ética y moral. No lapidamos, pero el Tío Sam aún permite la pena de muerte; no hacemos ablaciones de clítoris, pero asesinamos a los niños en el seno de sus madres; no seguimos la ley del talión, pero fabricamos leyes injustas como churros; y seguimos despreciando a la mujer.
Seguimos despreciándola porque no le facilitamos su maternidad y la empujamos a la tragedia del aborto; seguimos despreciándola porque el feminismo radical neo-machista que ha impregnado las cúpulas del poder no la valora por sí misma, sino que “caballerosamente” le regala cuotas sin méritos; seguimos despreciándola porque no eliminamos la prostitución, ni su utilización como objeto sexual y publicitario; seguimos despreciándola porque la conciliación eficaz del trabajo fuera y dentro del hogar es un cuento chino…
Todos tenemos mucho que aprender en humanidad. Los de “esta parte” poseemos mucha ciencia y muy poca conciencia. Mucha tecnología y muy poca sabiduría para utilizarla sin que se nos apodere y nos esclavice. Hacemos mucho “ruido” con la justicia, la igualdad y la solidaridad, pero damos muy pocas “nueces”. Nuestro “way of life” comodón y burgués, ahora en justa y lógica crisis, no ha sido más que una inmoral “dolce vita” sustentada por la explotación, la miseria y el hambre de dos tercios de la Humanidad.
El pastor Jones, tan americano él, debería pensárselo dos veces antes de menospreciar al Islam en bloque y echar una miradita en torno suyo. Si fuese honesto en su ojeada, vería las salvajadas que produce a diario su amada patria, que tanto se llena la boca con el “God bless USA”. Y no creo que, tras ver tanta tragedia, se le ocurriese quemar su Sagrada Biblia, ni su adorada Constitución. Más le valdría a ese predicador de pacotilla dejar de soñar con cerillas y bidones de gasolina y pedir a Dios un poco de humildad.
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