Cuando yo era pequeña, mi madre preparaba a veces carne de vaca para la comida. Tenía que machacarla antes con una piedra, pero era la carne más sabrosa que he comido nunca. Ahora yo ya no encuentro carne de vaca en el supermercado. Más bien al contrario, cada vez hay carnes más blancas. Si la gente pensara lo que están comiendo, quiero creer que serían incapaces de hacerlo. Un cachorro de vaca, cerdo u oveja no se diferencia mucho de un perro o un gato. Podríamos encariñarnos fácilmente con esos animales si conviviéramos con ellos; especialmente cuando todavía son crías. Resulta una crueldad matar animales tan jóvenes, sólo porque su carne es más tierna. Además es un desperdicio bastante vergonzoso, teniendo en cuenta que, lo que consumes con apenas diez kilos de peso, podría llegar a cincuenta o incluso a cien. Mientras, en el tercer mundo pasan hambre. Es algo incluso inmoral.
Así que yo tengo una piedra guardada para machacar la carne y sólo espero la ocasión de hacerlo. Tal vez me tenga que ir a vivir al extranjero, o puede que la crisis nos haga recuperar algo de sentido común. La verdad, lo dudo. Es difícil dar marcha atrás, especialmente cuando hay dinero por medio. La ternera es mucho más cara que la vaca, además. Bastante mal me siento comiendo animales, pero sé que es importante para tener buena salud. La verdad es que, en mi casa, las raciones son más pequeñas que lo que veo luego en otras casas o en los bares. La gente come demasiado, y sobretodo de carnes. Tal vez las recomendaciones de los médicos acaben haciendo efecto y las nuevas generaciones ya aprendan la lección. Pero tampoco creo que la solución sea hincharse de pescado. La situación de los peces también es muy delicada. En cuanto al pollo, la crianza en barracones resulta cruel.