La doctrina del relativismo se asienta además en una serie de características que la hacen particularmente atractiva. En primer lugar, la defensa del relativismo se viste con un atractivo disfraz de exaltación de la libertad. Las obligaciones no existen. La eliminación de las obligaciones y las responsabilidades se presentan en un bonito envoltorio, como si se tratara de la ampliación o la creación de nuevos derechos. En segundo lugar, esa creación de falsos derechos se adorna más aún gracias a una manipuladora utilización del lenguaje. El relativismo crea un nuevo lenguaje, una nueva jerga, que lo hace atractivo e imbatible ante la opinión pública. Así, ya no hablamos de aborto sino de salud reproductiva y derecho de las madres a decidir. Ya no hablamos de eutanasia, sino del derecho a morir dignamente. Ya no hablamos de adoctrinamiento, sino de educación para la ciudadanía. Suprimimos obligaciones y responsabilidades. Creamos supuestos nuevos derechos. Y ponemos las bellas palabras al servicio de esa estrategia.
Y, en tercer lugar, la tercera característica de la doctrina del relativismo es su transversalidad. Es una doctrina que, en su capacidad de contagio, se extiende por todos los países europeos y supera y traspasa las ideologías. En ese sentido, tanto desde el punto de vista territorial como ideológico, el éxito del relativismo radica en que nunca sabemos dónde tiene sus líneas fronterizas. Es evanescente en su enorme capacidad de expansión y contagio. Nos alcanza a todos, se confunde a menudo con nuestras lógicas y normales limitaciones, y nos hace dudar en numerosas ocasiones.