Cuando se habla de grandes deportistas que subieron a la cumbre, a menudo, se olvida a los sherpas o se les deja al final de la lista. cuando, los cierto es que tienen mucho más mérito, porque han subido cargando con el equipo de cientos de kilos de peso. Deberíamos reivindicar la gloria de los herpas, y de tantos otros anónimos que acompañan al triunfador. Cuando un arquitecto hace un diseño genial para un edificio, se queda con la gloria y una gran suma de dinero. Pero, ese proyecto pasa a manos de otras personas, a veces cientos, que estudian las resistencia de los materiales, por dónde ha de ir el cableado, las tuberías, la calefacción; en otras palabras, la viabilidad de la construcción, que no sería nunca posible sin el trabajo de esos anónimos.
Cuando se habla de organizaciones no gubernamentales para ayuda al tercer mundo o defensa de los derechos humanos, la gloria se la llevan unas pocas: Ammistía internacional, Médicos sin fronteras y alguna más. Pero, las iglesias cristianas llevan dos milenios haciendo esa labor y nunca se les reconoce lo suficiente. El trabajo anónimo de cientos de miles de voluntarios religiosos o seglares ha conseguido millones de pequeños milagros, que nunca saldrán en las noticias, que no recibirán grandes premioos y, por eso mismo, son más grandes y valiosos que el resto. No olvidemos nunca que, lo que hace grande a alguien, no es la repercusión mediática de su obra, sino el trabajo, el interés y el amor que ha puesto en ella.