No sé si os he contado alguna vez que soy bastante gafe. Sobretodo, por las cosas que digo. Basta que comente que "a estas horas no hay tráfico", para que empiece a haber un lío de coches tremendo. Si guardo la ropa de abrigo, vuelve el frío. Si lavo el coche, llueve. En todas mis celebraciones familiares ha llovido, y a veces incluso ha nevado. Total, que yo escribí un libro llamado "mi gran secreto de la felicidad" y ahora debería leermelo a ver si me convenzo a mí misma, porque me está costando bastante. Las circunstancias no ayudan, pero, sobretodo, soy yo la que me meto en el túnel y luego no sé salir. Ahora puedo decir eso de "médico, cúrate a tí mismo". No es que no esté satisfecha con mi vida, pero me afectan mucho los problemas ajenos.
Para poder ser realmente feliz necesitaría que a todos mis seres queridos les fueran bien las cosas. Pero, sin entrar en detalles, la verdad es que está resultando un año duro. Intento que no me afecte porque sé que eso sólo empeora la situación; pero el tema de la mascota ha sido la gota que colma el vaso, y no levanto cabeza. Por eso, estoy escribiendo poco y recuperando textos antiguos. Eso hace que entre menos gente en el blog. Pero, así son las cosas. Hay temporadas en que te sientes capaz de comerte el mundo y pletórico de inspiración; y otras, como ésta, en que, el simple hecho de levantarse de la cama cada mañana ya es un esfuerzo. Pero, como sé que no debo quejarme, espero volver a a ser yo misma pronto, y que sigáis ahí.