Después de comerme toda una bandeja de salchichas en el bar, viene el camarero y me pregunta si quiero sacarina en el café. Si lo tomara, desde luego, sería una hipócrita. Pero, ¿insinúa que estoy gorda?. No es la primera vez que me ofrecen sacarina sin pedirla en los bares donde no me conocen. Mido 1,65 y peso 65 kgs. No estoy delgada, pero entro dentro de mi peso ideal. No tengo ninguna intención de convertirme en un saco de piel y huesos para darle gusto a esos diseñadores tan importantes, los cuales parece que odian a las mujeres y o si no se explica la clase de ropa que fabrican. Ya se han hecho bastante ricos y, lo que no tiene sentido es que pretendan que sigamos por la calle las directrices que dictan en las pasarelas.
A partir de los cuarenta años, lo normal es que, las mujeres especialmente, vayamos ensanchando y cambiando de figura. Supongo que se puede evitar mediante cirugía jugando con la salud, pero eso no entra en mis planes. Acepto mis kilos como acepto mis arrugas, y las canas, si las tuviera, que no es el caso. Pero mi marido ya tiene el pelo casi gris y no pienso que pierda atractivo con ello, sino al contrario. No me explico por qué las mujeres modernas tenemos que ser esclavas de la báscula, de la moda imperante o el qué dirán. Seguiré tomando el café con azúcar, gracias; y si a alguien le molesta, que no me miren. A mí sí que me dan grima las mujeres de mi edad que siguen queriendo aparentar veinte años, y no les ofrezco bollería.