Pongo el telediario de telecinco y sale un reportaje, cómo no, alabando la prudencia de las mujeres al volante. Pero no con datos objetivos, sino preguntándoles a ellas mismas que, qué van a decir: no, yo conduzco como una loca y me salto los semáforos... Eso de que las mujeres son más prudentes sería antes; no desde luego en el lugar donde yo vivo, donde van igual de deprisa que cualquiera y además con coches grandes, a veces, tipo todo terreno, que dan miedo de lejos. Yo me aparto en cuanto puedo.
Dentro del nuevo feminismo, entra también la condición de intentar conducir como los hombres. Pero una cosa es intentarlo y otra conseguirlo. Porque conducir es una cuestión de testosterona. Esa hormona que prepara a los hombres para la lucha, porque están diseñados para ello, nos guste o no; es la misma que otorga velocidad de reacción y mejores reflejos. Es decir, que los hombres conducen de forma imprudente porque pueden. Porque lo que en ellos es un riesgo relativo, en una mujer es un riesgo absoluto.
Alguna estará ya rasgándose las vestiduras. No estoy hablando de cultura o de costumbres, sino de simple química. Quien quiera comprobarlo, que se dé una vuelta por Italia, donde los conductores deben ir muy sobrados, porque hay que ver cómo se arriesgan y casi nunca pasa nada. Es impresionante. Sin embargo, basta con observar el paso del tiempo y cómo los hombres mayores de sesenta años ya no conducen tan bien, ni son tampoco capaces de aparcar a la primera como antes.
Así que yo, personalmente sí que puedo afirmar que soy una conductora bastante prudente; pero eso no es mérito mío, sino que conozco mis limitaciones. No se me ocurre ir todo el tiempo adelantando, como mi marido, porque sé que mis reflejos no dan para tanto y no es cuestión de jugarse la chapa. Sólo por intentar demostrar que eres una mujer independiente, autosuficiente y que no necesitas a ningún hombre, etcétera, etcétera. Ésas son las mismas que luego se derriten por Beckham o Escassi.