"En un afán, seguramente loable, de mantenernos jóvenes a los que ya no lo somos, proliferan en pueblos y ciudades todo tipo de cursos, cursillos y terapias empeñados en convencer a nuestras mentes de lo que , muchas veces, el cuerpo nos niega. Me preocupa que les preocupemos tanto y me molesta que atenten contra mi dignidad de sexagenario. cuando superas mal que bien los sesenta, una legión de jovencitos inversímiles recorren los caminos de este viejo país para darnos una clase de cursos, desde la muy respetable pero para mí absurda "risoterapia", hasta las últimas técnicas para contención urinaria, pasando por los bailes de salón, iniciación a internet, labores del hogar para hombres o -lo peor- cómo llevar una vida sexual activa.
Ya sé que a nadie se obliga, pero molesta que abrumen con estadísticas más falsas que el mismísimo Judas sobre las relaciones de cama que se pueden llevar superada la jubilación. Uno llega a estas edades más o menos en paz y con más conocimientos que todos los jóvenes íscólogos, trabajadores sociales o animadores culturales que se lanzan sobre nosotros, los mayores,porque en algo debe justificar el ayuntamiento de turno algunas partidas. He asistido como espectador a una sesión de risoterapia y el espectáculo, por mucho tinte científico que se le quiere dar, resultaba patético, si no fuera porque los auténticos protagonistas de la cosa _nosotros_ ya no nos creemos casi nada y lo tomamos todo a título de inventario.
La cosa sexual -esa obsesión- resulta quizás algo más agresiva; uno tiene lo que tiene, ha vivido lo que ha vivido y sabe las fuerzas, el deseo y el futuro que le queda. Que unos críos se empeñen en convencerte de que la vida sexual no se termina con la jubilación, resulta al menos pintoresco, entre otras cosas porque aún les quedan cuarenta años para saberlo. Pero así están las cosas. A mí que no me quien el mus y de lo que pase entre mi señora y yo, ya hablaremos los dos sin ayuda de terceros".
Andrés Aberasturi. La razón. 31-1-2010