Creo que este post es uno de los más difíciles que voy a tener que escribir. No hace falta que diga que Invictus es una gran película: entretenida, espectacular y emocionante. Pero además es una historia real sobre un episodio en la vida del Presidente de Suráfrica, Nelson Mandela. Es la explicación de toda una mentalidad y forma de ver la vida, que tiene mucha relación con la experiencia, el sufrimiento y su condición de cristiano.
Resulta asombroso pensar cómo una persona que estuvo casi treinta años en la cárcel, sufriendo toda clase de vejaciones, a causa de su defensa de los derechos civiles de los negros; no sólo no salió de allí con ánimo de venganza, sino que, al contrario, salió dispuesto a luchar por la reconciliación nacional. El tiempo que estuvo prisionero le sirvió para conocer íntimamente a su enemigo -los africaners-, aprender su idioma y su cultura y, de algún modo empezar a apreciarlos.
La persona que entró en prisión cargada de odio, por otra parte, comprensible; no era la misma persona que fue liberado varias décadas más tarde. La convivencia con otros presos, la reflexión y el estudio le había abierto la mente hasta llegar a comprender el verdadero mensaje del cristianismo. Hubiera podido utilizar su cargo para expulsar a los blancos del país y hacerles pagar por sus atrocidades; pero prefirió construir una nueva realidad en la que todos tuvieran cabida. Basó su estrategia en conseguir el perdón y el olvido.
Cuántos tendrían que aprender de su ejemplo, especialmente en nuestro país. Otros personajes excepcionales han seguido también ese mismo camino: Juan Pablo II, Gandhi, la madre Teresa de Calcuta... Y, sin embargo, la mayor parte de la humanidad sigue prefiriendo tirar por el camino fácil. El odio, el rencor, la venganza..., que acaban convirtiéndoles en algo tan malo o peor que aquello que reprobaban. Qué cómodo es caer en la trampa y qué duro es, sin embargo, apostar por el ejemplo inigualable de Nelson Mandela. Dios le bendiga.