Y en el camino nos encontraremos. Para quien no conocía este dicho: se refiere a que el paso del tiempo pone a cada uno en su lugar. Yo lo pienso cada vez que veo unos padres malcriando a sus hijos, cosa que me pasa muy a menudo. Parece que no saben que los niños crecen y, lo que hace mucha gracia en un crío de seis años, deja de ser gracioso en uno de doce; no digamos ya de dieciseis. Aún con todo el cuidado del mundo y creyendo todavía en la disciplina, llega un momento en que la situación se te puede ir de las manos. Pero aquellos que han renunciado de antemano a ejercer de padres no tienen ninguna posibilidad de recuperar el control. De ahí, que proliferen ahora en televisión esos programas sobre hijos que han perdido completamente el respeto a sus padres –si es que alguna vez se lo tuvieron- y llegan incluso a agredirlos. Lo que no saben esos hicos es que la vida que están arruinando les pertenece a ellos.
La otra noche a las doce con un frío horroroso había dos niños jugando en la calle, porque sus padres tenían la necesidad urgente de salir de copas con sus amigos. Me pregunto con qué cara les van a decir dentro de pocos años que no deben beber alcohol en la calle, sobretodo siendo menores. En la reunión del colegio veo a dos señoras de mi edad enfundadas en sendas minifaldas negras con tacones de aguja de diez centímetros; y yo me pregunto cómo van a decirles a sus hijas que no salgan a la calle con esas pintas. Hay gente que no necesita ir a que les lean las cartas. Sólo con verlos se adivina claramente el futuro personal que les espera. Lo raro es que no lo sepan ellos.