Hace ya demasiado tiempo, recuerdo que tuve una discusión en internet sobre el tema de la masculinidad. Decían mis comentaristas que buscaban un hombre sensible y comprensivo, que les ayudara en casa y con los niños. Todo eso me parece muy bien, pero no funciona exactamente así. Cada persona, hombre o mujer tenemos un lado masculino y otro femenino, pero, naturalmente prima uno de los dos. Los hombres que resultan más atractivos a las mujeres en general no son precisamente los que cumplen con las condiciones arriba descritas.
Es decir, que naturalmente lo que una mujer busca en un hombre es lo que le diferencia. Para encontrar un compañero de conversación, para ir de compras, están las amigas. La atracción sexual se basa precisamente en esas cosas que ahora dicen algunas que nos desagradan del género masculino: su competividad, su frialdad, su seguridad en sí mismos y el afán de protección. Una mujer necesita sentirse apoyada por su pareja, pero sobretodo protegida. Admiramos sobre todo su independencia y su fuerza de voluntad cuando se marcan un objetivo en la vida.
Además, aunque esto no les va a gustar a muchas, una mujer necesita el contrapeso masculino, porque la feminidad supone dejarse llevar a menudo por las emociones, de manera que se pierde el contacto con la realidad. Los hombres nos mantienen con los pies en la tierra. No hay cosa que más guste a una mujer (aunque no lo reconozcamos) que el que su pareja no se deje llevar por ella, ni se deje dominar y que le diga cuando piensa que se está equivocando.
Porque las mujeres somos menos fuertes sin duda, pero más resistentes. Lo nuestro es una guerra de desgaste. Cuando un hombre deja a su pareja que le vaya ganando terreno, por miedo a parecer machista, retrógrado..., al ir a darse cuenta ya no pinta nada en su propia casa. Y es que las mujeres (al menos las que yo conozco) sabemos muy bien cómo dirigir la casa sin que se note, ya que estamos acostumbradas a lidiar con los hijos, utilizando más la mano izquierda que la derecha.
Aquellos hogares que he conocido en los cuales las mujeres se habían hecho con el poder no tenían un ambiente sano; como tampoco lo tienen los que están dominados absolutamente por el género masculino. Lo ideal para el desarrollo de los hijos es que exista un cierto equilibrio, pero ese "ten con ten" no se consigue cediendo siempre en favor del teóricamente más débil. Las apariencias engañan. Las mujeres cuyas parejas se dejan dominar de esa manera acaban perdiendo el respeto y la atracción por ellos, y eso generalmente es el principio del fin de la relación.